Fue uno de los hosteleros más conocidos y reconocidos de la provincia. En su mesón se casó, comulgó o se bautizó "media Zamora" y al abrigo de sus mesas se "cerraron" muchos negocios. Andrés Rodríguez Martín, dueño de El Mesón de la Encomienda, cerrado desde 2017 tras cerca de 50 años con las puertas abiertas, es desde el 31 de octubre de 2012 un jubilado que mantiene su mente activa y que se ha marcado como objetivo ayudar a través de su experiencia.
Aún no ha concretado como materializar su propósito, aunque su idea es recoger en un libro las tesis que le llevaron a ser un empresario de éxito, un emprendedor que empezó "sin nada" desde el barrio de San Isidro en el que se crió. Aunque se define como "analfabeto", apunta que es un "buen pensador" y que, a lo largo de su larga trayectoria, ha atesorado la experiencia necesaria para sentenciar que el mercado laboral tal y como se concibe actualmente está "acabado".
Pero esta historia comienza el 11 de noviembre de 1961 cuando el hostelero se pone a trabajar como aprendiz de camarero en Madrid y regresa a Zamora cinco años después para hacer la mili en el campamento de Monte la Reina.
Cuenta este zamorano nacido en el barrio de Carrascal que aprovechaba los fines de semana libres para trabajar en el Mesón, que está ubicado en terrenos de Perilla de Castro. En 1968, le comunica a su jefe que quiere establecerse por su cuenta en el Perdigón y este le ofrece el establecimiento hostelero porque, le confiesa, "no ganaba un duro".
En aquellos años, un piso costaba unas 200.000 pesetas y él pagó cerca de 9 millones de pesetas por un negocio al que, en los primeros años, llegaba a dedo desde Zamora. "Era como meterte a comprar 40 pisos al mismo tiempo", explica el hostelero. En 1970, con el gusanillo de la hostelería ya en el cuerpo, compró en la capital el Bar Cobi, en la calle Príncipe de Asturias, y como inversión el Monte Los Bollos, propiedad de una familia de Fontanillas de Castro.
De su experiencia en el entorno rural, su cabeza concluye que la tesis más probable es que la gente no va a volver a los pueblos, "aunque los pinten de oro", añade. "En los años 50, en algunos núcleos de población no había luz, ni alcantarillado ni agua corriente. Tampoco tractores ni coches, pero si había habitantes. Ahora hay de todo, menos población", señala. Está convencido de que el campo tendrá futuro porque es "el sustento", pero también de que desaparecerán muchos pueblos, ya que en muchos hace 15 años que no nace un niño.
Su deducción es que algunos municipios, con los servicios mínimos en un radio de 20 kilómetros, quedarán para albergar polígonos industriales dotados con la mejor tecnología; el resto, serán localidades donde construir una casa para pasar el verano o temporadas. "En los próximos 50 años, los pueblos que hoy tienen menos de 100 habitantes serán un recuerdo del pasado", augura, y pronostica que en "un par de siglos solo se mantendrán en pie Zamora capital y los municipios más cercanos".
¿Y cómo crear empleo en un país que acumula la mayor tasa de paro juvenil y en un mundo donde se acrecienta la desigualdad?. "El sistema que yo he conocido se agota", apunta, al tiempo que augura que, en un futuro no muy lejano, todos los trabajadores serán autónomos por cuenta ajena o por cuenta propia. "Todos queremos ser dueños, no sentirnos explotados", sentencia, y agrega que, "como le digo a mi nieta", solamente el "esfuerzo tiene futuro y hay que ser el mejor en la capacidad que tengas".
Como empresario asegura que el 80% del éxito de un negocio depende de la persona y el otro 20% del lugar donde esté ubicado. Su veteranía así lo demuestra. Él llegó al Mesón La Encomienda en el año 1966 para trabajar para el entonces hostelero José María Gago, descendiente de Montamarta, y tras comprarlo, estuvo al frente del restaurante nada menos que 46 años. Empezó pagando 9.000 pesetas de renta, seis veces más que el salario base de entonces, y en 1.975 se firmó el compromiso de compraventa por 6,5 millones de pesetas aunque, sumando los intereses, la cantidad alcanzó los 9 millones.
Toda una declaración de intenciones para un joven que tenía pensado abrir una pequeña bodega en el Perdigón con una garrafa y una jarra como únicos utensilios, porque "no tenía ni para vasos", afirma. Pero acertó con su decisión de comprar el Mesón y su éxito tuvo mucho que ver con una forma de ser particular. "Sería raro encontrar a un cliente que pasara por el Mesón y no fuera invitado por la casa", apunta.
Otra de las claves de su renombre fue "popularizar" la carne a la parrilla. "Hubo fines de semana que vendíamos hasta 500 chuletas de medio kilo", recuerda. Los clientes le veían en la calle con su parrilla, que encendía con carbón y leña, y hacían cola para degustar aquella carne, pero también las paellas que entonces cocinaba su exmujer.
Fueron años de mucho trabajo, "40 años sin un día de vacaciones", señala el hostelero, que además hizo sus "pinitos" en la política como diputado provincial del CDS y alcalde de Perilla de Castro entre 1987 y 1995. De la experiencia en el ruedo político tiene buenos recuerdos, aunque le "costó dinero", asegura, eso sí, "no tanto como a Luis Rodríguez San León", añade. "El Hotel Rey Don Sancho era la oficina y desde allí se llamaba a todo el mundo, si hacía falta a Argentina. Era el hombre que más pulsaciones daba a la máquina de escribir. Había una queja y enseguida redactaba un escrito para solucionarla", rememora Andrés Rodríguez.
Casi medio siglo después de aquel "trajín", Andrés Rodríguez disfruta de su retiro por el que "transita" escribiendo y pensando como plasmar sus experiencias en forma de consejos para ayudar a una provincia que se "desangra", con una pirámide poblacional invertida, unas calles comerciales en "alquiler o venta" y una hostelería que acaba de cerrar una campaña de Rebajas "poco halagüeña" tras casi dos años de pandemia.
"No es más grande el que más ocupa, si no el que deja más vacío cuando se va", y ese hueco, por el momento, no lo ha llenado nadie en lo alto del embalse, donde el Mesón La Encomienda permanece con las persianas bajadas.