A sus 78 años, este exguardia civil sigue dando forma al alma sonora de su tierra, construyendo tambores y tocando el saxo como símbolo de arraigo, pasión y resistencia cultural. La última vez, hace apenas una semana, en las fiestas del Corazón de Jesús de su pueblo, Castro de Alcañices, donde animó a los feligreses antes, durante y después de la eucaristía, con la Charanga Alistana de Castro, siempre acompañado de su hija María José.

Y es en este pueblo, rayano a la frontera portuguesa, con el silencio de la despoblación amenazando con apagar las tradiciones, donde una melodía nunca se ha rendido: la de Baltasar Santiago Tundidor, nacido el 29 de agosto de 1946, músico autodidacta y artesano del alma popular.
Desde muy joven, Baltasar encontró en la música un refugio y un compromiso. Cuando el pueblo aún bullía de vida, él y otros vecinos ponían ritmo a bodas, bautizos y bailes domingueros, llevando alegría por las calles con el tambor, la caja y el saxo. Cuando llegó la emigración y las casas del municipio alistano empezaron a vaciarse, él tomó una decisión que marcaría su vida: decidió
quedarse. Y allí, en el pequeño rincón de un pueblo donde una pequeña encina ha logrado sobresalir de entre las entrañas de una roca, Santiago Tundidor compaginó su pasión por la música con el trabajo en los Saltos por distintos puntos de la geografía española: Almendra, Villarino, Ourense o Páramo del Sil. Hasta que en el año 1983 ingresó en la Guardia Civil para ocupar la plaza de Carpintería en la Comandancia de Zamora.
Sin embargo, en su interior, la música seguía sonando con fuerza. Y así llegó a la Escuela de Folclore de Zamora que, según él mismo reconoce, fue un renacer. Baltasar Santiago se matriculó junto a su hija en el segundo año del curso y retomó su formación musical. Pero, en esta ocasión, dio un paso más, casi sin querer: el de crear sus propios instrumentos. Simplemente creó con su manos un tambor para su hija, allá por los años 90, sin imaginar que aquello cambiaría su vida.
El instrumento, totalmente artesanal, gustó tanto que pronto empezó a recibir pedidos. Cada pieza era única, elaborada con pieles que él mismo curtía, a mano, con mimo y saber antiguo. No eran solo utensilios musicales: eran herencia. Y en cada uno de ellos sonaba el eco del monte y la memoria de un pueblo que se resiste a desaparecer.

Su historia no se detiene ahí. El pasado 7 de febrero de 2025, fue sometido a una delicada operación de corazón en Salamanca, y en aquella cama de hospital dio muestra de su pasión. Cuenta su hija que la primera pregunta que le hizo al cirujano al despertar no fue interesarse por su salud; solo le preocupaba poder continuar con su vocación:
-Doctor, soy artesano, me gusta hacer tambores. ¿Podré seguir?
La segunda pregunta tampoco aludía a la intervención quirúrgica:
-Doctor, ¿Podré seguir tocando el saxofón?. La respuesta del médico fue tan sencilla como reveladora: la mejor medicina es, precisamente, la música.

Hoy, Baltasar Santiago Tundidor sigue en su taller, dando forma a los sonidos de siempre, mientras el saxo le arranca notas que parecen nacidas de la tierra. Este sábado, sus paisanos le han rendido homenaje, junto a otros artesanos que como él, representan la fidelidad a un lugar y la dignidad del oficio, en una fiesta que busca hermanar a las tres comarcas mediante tradiciones y promoción de productos locales.
Y, ha sido en ese entorno, donde el presidente de la Diputación, Javier Faúndez, agradeció en nombre de todos, la figura de hombres como Tundidor, que se alzan como ejemplo de que las raíces también se defienden con música. Que hay silencios que se combaten a golpes de tambor. Y que algunos corazones laten, simplemente, porque no saben hacer otra cosa que seguir sonando.
