Sin dormir, con las maletas en la puerta y el alma en vilo. Así permanecen muchos vecinos de la isla canaria de La Palma, los que aún quedan por evacuar a la espera de ver la evolución de la colada de lava que ya ha arrasado más de 300 viviendas. Toda una vida enterrada en cuestión de minutos por la actividad volcánica del Cumbre Vieja y que será imposible de recuperar.
Una desgracia que la familia Amaro Dorta vive ya desde la distancia que imponen los 2.200 kilómetros de su nuevo hogar, en Zamora, pero con la lógica preocupación de quien ha pasado toda su vida en suelo canario. Tinerfeños de nacimiento, la familia pasó sus últimos años en La Palma por trabajo antes de poner rumbo a la Península en busca de un sueño que se ha terminado convirtiendo en su salvación.
“Lo peor de todo es que la gente no tiene dónde ir. Lo hablábamos cuando ya planeábamos marcharnos y es que al ser una isla no hay salida en ningún sentido”. La que habla es Nely, aún con la voz entrecortada y la congoja en el cuerpo ante lo que está sucediendo en una tierra que abandonaron hace menos de dos meses.
Atrás queda su antiguo piso, que por el momento se ha salvado por su ubicación estratégica en la carretera general de El Paso -al costado de la cabeza del volcán-, una suerte que no han tenido otros conocidos. “No se puede respirar, el olor a ceniza y azufre quema” le dicen los que están allí que pintan un paisaje desolador que impacta en todos los sentidos. “Se le escucha como enfadado, es imposible conciliar el sueño”.
Con más de 5.000 evacuados, las soluciones habitacionales comienzan a complicarse. “La gente está yendo a casas de familiares y conocidos y están con los diez sentidos puestos” a la espera de la evolución del volcán. Sólo en la zona de Las Manchas (un barrio perteneciente a El Paso donde primero cayó la lava el pasado domingo) ha dejado a dos familias conocidas sin hogar, antiguos compañeros de clase de su hija Helena. “Otros tantos están con la incertidumbre, están destrozados”.
Y es que la lava no entiende de parques, ni de iglesias ni de colegios. Así lo reflexiona Nely que semanas atrás llevaba a sus dos pequeños a esa zona a jugar. “Les dicen que hay un 90% de probabilidades de que lo pierdan todo, les dieron unas 2/3 horas para que sacaran todo lo que pudieran de la casa y se marcharan”.
Con la curiosidad de una niña de Primaria, su hija mayor ya comienza a ser consciente de lo que sucede, viendo a su madre pegada al teléfono móvil y siguiendo el directo por internet de la televisión autonómica canaria. Sobre un mapa, Nely ha explicado a Helena la orografía del terreno de La Palma y su diferencia con Tenerife, un mapa que la pequeña ha replicado en su cole para explicar a sus nuevos compañeros la situación que se vive en su antiguo hogar. “Ella lo cuenta como una anécdota aunque lo está viendo y nos ve preocupados y es la primera en querer mandar audios de ánimo”.
Nely se mantiene en todo momento pendiente también de su antigua casera en La Palma -que era como “una abuelita” para los niños-. “Estamos en la distancia agradeciendo encontrarnos en Zamora pero con el corazón allí”. Una fortuna que hoy valoran más que nunca: “Si nos llega a pillar allí nos hubiéramos quedado sin nada, por lo que en el fondo somos afortunados, lo que pasa es que en el día a día a lo mejor no lo vemos”.