Tras las huellas de la guerra y la supervivencia en Ucrania
Un viaje entre la cruda realidad y la esperanza en un país marcado por el conflicto
El viaje por Ucrania se convierte en un desafío no solo por las dificultades del tráfico y la precariedad de las infraestructuras, sino también por la compleja situación de un país inmerso en un conflicto bélico que ya lleva una década. El tránsito de lujosos automóviles por calles deterioradas refleja la paradoja de una nación que lucha por mantenerse en pie.
En medio de este escenario, la seguridad se vuelve una preocupación constante. Desde el vuelo de drones hasta el índice de criminalidad en ciudades como Dnipro, la sensación de vulnerabilidad es palpable. Sin embargo, entre los desafíos cotidianos, se halla la solidaridad de quienes, como el Dios Ortodoxo, ofrecen su ayuda a los viajeros extranjeros.
Pero la inseguridad no se limita a las calles. Las multas por exceso de velocidad revelan una realidad burocrática compleja y desafiante, donde las aplicaciones móviles controlan cada aspecto de la vida cotidiana. Mientras tanto, la economía se debate entre la supervivencia y la inflación, dejando a muchos luchando por sobrevivir con ingresos mínimos.
El tejido social también refleja las cicatrices del conflicto. La corrupción, el desorden jurídico y la falta de infraestructura básica son obstáculos en el camino hacia la integración en la Unión Europea. Sin embargo, entre las adversidades, persiste la belleza de los paisajes y la resiliencia de su gente.
En el ámbito social, las mujeres asumen roles tradicionalmente masculinos, enfrentando el desafío de reconstruir un país devastado por la guerra. Mientras tanto, la proliferación de farmacias y gasolineras contrasta con la escasez de hombres para el mantenimiento de espacios públicos.
A pesar de todo, la esperanza perdura en Ucrania. Aunque marcada por el conflicto, esta tierra sigue siendo un testimonio de la resistencia humana ante la adversidad.
Diario de viaje II
No solo el viaje por Ucrania es complicado por los avatares de un tráfico atroz, unas infraestructuras sin cuidado y mantenimiento alguno, y coches circulando que pueden sorprender en un país en guerra que no lleva dos años y se mete en el tercero, si no que son ya 10 en un conflicto marcado por el imperialismo ruso y las luchas de poder en fronteras que no dejan lugar a una Perestroika a la que Putin no dio cuartel.
Maseratis y Ferraris, algún que otro Bentley, y por supuesto BMW último modelo, Mercedes y otras muchas marcas, incluidos Teslas, todos ellos circulan por un país que tiene el asfalto más cansado de Europa. Verdaderos agujeros donde dejar los riñones, si no una rueda o a veces incluso la vida.

En la paz de una Zamora en la que nunca pasa nada se ven las cosas de otra forma. En Ucrania es problema casi todo, y vivir en paz lo primero, parece una perogrullada sabiendo lo que pasa entre Rusia y Ucrania, pero nada más allá de una realidad dura y fría.
A parte de la inseguridad que puede dar el que los drones vuelen por encima de tu cabeza y los veas de día o de noche, está la propia inseguridad de por ejemplo Dnipro una de las ciudades más inseguras del mundo. Está en el ranking de las 20 más inseguras de Europa teniendo en cuenta su índice de criminalidad en relación a su índice de seguridad, que fatalidad. Pues allá que fuimos.
Ni Paco Martinez Soria con la maleta de madera y el pollo, ni los agentes del Mosad en plena guerra fría, ni la vuelta al mundo en 80 días de Willi Fog, solo un spanish man con una mujer ucraniana y dos niños que se hicieron más de 3.000 kilómetros por esas carreteras del Dios Ortodoxo que nos ayudó en todo momento, también hay que decirlo.

Las multas por exceso de velocidad, fueron dos, y pagamos como 40 euros al cambio, no sin antes saber que la misma compañía de alquiler, "tanga" a los que intentan pagar las multas para evitar el recargo, ya se encargan ellos de ponerles el recargo en los contratos de alquiler, que aunque en inglés y ucraniano, no caes hasta que no te pasa ( lean la letra pequeña dos veces). Todo se controla via aplicaciones y teléfonos móviles, banca por supuesto, pago de impuestos, tikets, etc etc. Todo preparado para entender una filosofía de vanguardia tecnológica, que en las manos de la gente mayor pasa como en cualquier pueblo de Zamora, los mayores están perdidos y nadie se ocupa de que eso cambie.
Una economía de subsistencia de una realidad igualable a la de España en los años 40.

Miles de personas vendiendo productos a los lados de la carretera. Lo que sacan de sus huertos para poder llegar al día 10 al 15, o al día a día, que siempre es una escalada más que dura. Pensiones de jubilación mínimas que no llegan en muchos casos a los 150 euros, imaginen. Y esta es la pregunta en cuestión ¿como sobrevivir con 350€ que es el sueldo medio, y vivir en un nivel similar al de Zamora por no decir alguna ciudad un poco más cara es algo inalcanzable, y esa era su vida antes de la guerra, ahora además la inflacción sube a diario.
Consecuencia lógica, inseguridad, robos y crímenes uno detrás de otro, a parte de accidentes en los que los coches quedan destrozados. Es incomprensible como si un control de acohol puede mandar a cualquiera a la cárcel en Ucrania, como el nivel de alcoholismo es tan grande y no se trabaja en ello, imagino que como siempre se dice allí, avatares de la guerra, ahora no hay dinero para nada, solo para los soldados y la guerra, que por cierto han subido el nivel de recaudación en el país como colectivo, y son los que más contibuyen a llenar las arcas del estado, que contrariedad ¿no?. Sobre todo porque también existe eso que se llama corrupción y que con unos billetes de 100 o 200 o 500 grivinas todo funciona muchísmo mejor, donde va a parar.
Mucho tiene que cambiar el ordenamiento jurídico, el del tráfico y el de las corruptelas, en un país en el que el desastre no es solo la guerra, sino otras muchas cosas que pasan a su alrededor para poder entrar en la ansiada UE. La riqueza de sus campos, la belleza de sus paisajes se tiñe de negro y de gris con estos pequeños-grandes detalles que ha de ver un viajero por un país al que le hacen falta más de 450.000 millones de euros para poder reconstruirlo, según varios analistas. Pero seguro que no vieron los agujeros que dejan las bombas en carreteras y cunetas, en urbanizaciones o zonas residenciales, ni las minas que dejan los rusos, ni los verdaderos socavones que producen los drones en los edificios de construcción soberbia y afianzada por una identidad soviética contra la que luchan ahora los cosacos.

En la parte lúdica, preciosos parques y jardines que necesitan mantenimiento porque ahora no hay hombres para ello, y los que quedan se encargan de cuidar otros servicios esenciales para el desarrollo de la vida diaria. Hemos visto decenas de mujeres conduciendo tranvías y trolebuses, ocupándose de limpieza de parques y calles, todo ello en un marcado caracter también machista en el que las mujeres son tratadas como reinas, pero a las que les ha tocado cambiar de rol y tomar en muchos casos también las armas.

Sorpendente la cantidad de farmacias y gasolineras que se extienden por todo el país, en una sola calle en Dnipro y en menos de un kilómetro pudimos contar hasta 20 de estos establecimientos, alguno seguido de otro incluso, sin ningún orden ni concierto, sin más que necesidad y negocio importante, el de la salud.

La media en la esperanza de vida de los ucranianos no llega en los hombres a los 67 años, y en las mujeres es de 76,22 años.