La historia de la plaza de La Marina Española es la historia de una ciudad en expansión que trató desde el siglo XIX de dar solución a la ampliación de la ciudad y a los continuos avances extramuros tanto en edificación como de una movilidad que, finalmente, derivó en la pérdida del que aún muchos recuerdan como el "gran Edén" zamorano. Los jardines, numerosos espacios verdes, la gran fuente circular y la fuente escalonada quedaron atrás y el actual aspecto de una gran plaza urbana vigente desde 1995 ha vuelto a cuestionarse.
Los comicios municipales del próximo 28 de mayo traen a colación la posible recuperación de una buena parte de los espacios ajardinados, elementos ornamentales y del sonido del agua discurriendo por el epicentro de una plaza cuyo máximo esplendor se alcanzó en el año 1979, tal y como recuerdan Daniel López Bragado y Víctor-Antonio Lafuente Sánchez en su estudio publicado por la Universidad de Valladolid.
Fue entonces cuando se puso fin a un proyecto de ajardinamiento de la zona centro que ya rondaba por la cabeza del Ayuntamiento y arquitectos desde 1983. Del planteamiento inicial de un gran parque de forma romboidal en el entorno de las Tres Cruces y que ocuparía más de setenta mil metros cuadrados a su materialización en la confluencia entre el paseo de Requejo, la avenida Príncipe de Asturias y la calle Santa Clara pasaría más de un siglo. Concretamente 103 años para una ciudad que ya aspiraba entonces a albergar un espacio emblemático, centro de ocio y esparcimiento, pero también de algunos de los capítulos más negros y tristes de una sociedad que en la década de los 80 y 90 vio apagarse tantas vidas a manos de la heroína.
El parque, tal y como los nacidos antes de los 90 aún lo recuerdan con cierta claridad, no tomó su forma definitiva hasta 1979 -año en el que se instaló la Farola del escultor JL Coomonte en el espacio que una década antes se situó la emblemática y fallida farola original para convertirse en el primer cruce de la ciudad ordenada por semáforos-. Fue precisamente un año después de la colocación de la Locomotora gracias a la cesión de RENFE al Ayuntamiento de Zamora y tras un arduo proceso de restauración y lucha por hacerse con esta emblemática cabeza del modelo 030-2214 (Ex MZA 406).
Desde entonces perviven elementos como el antiguo templete de música o el monumento en honor a La Marina Española con piedra de Pereruela y un ancla traído por la Armada desde Ferrol que dio el nombre a la plaza. Retazos esparcidos por un espacio que continúa soñando con tiempos pasados, aún alejados del reino del hormigón y granito que a día de hoy protagoniza buena parte de la plaza.
¿Qué ocurrió para semejante cambio de imagen? La falta de espacio y de aparcamiento. Eso ocurrió. Las progresivas obras de peatonalización obligaron al Consistorio a plantear un concurso de ideas para dar solución mediante la construcción de un parking subterráneo que también llegó a barajarse bajo la plaza de Castilla y León.
La opción ganadora planteaba tres espacios bien diferenciados que incluían la gran plaza al aire libre coronada por la actual fuente que tantos problemas de filtración han generado, así como un espacio entorno al templete con blancos blancos corridos de líneas curvas en el espacio que en su día llegaron a ocupar los aparcamientos en batería al paso de Príncipe de Asturias. Una obra que hubo que rematarse con un nuevo proyecto complementario en el que ya tomaron forma las losas de granito junto a las rampas de entrada y salida al parking -el mismo por el que en su día pasó el ferrocarril- ya inaugurado con el aspecto que hoy día luce en 1995.
Sólo la instalación entonces del Miliario de Coomonte como obra ganadora de la conmemoración del mil cien aniversario de la repoblación de Zamora buscó recuperar un poco de la belleza de antaño y del recuerdo de tiempos pretéritos.
Aún hoy son muchos los que recuerdan ese tiempo de belleza, en el que los árboles y arbustos plagaban una plaza coronada por tres grandes construcciones con el agua como protagonista. Un espacio digno de recuerdo.