En el corazón de Carrascal se conserva uno de los testimonios más singulares de la religiosidad popular de la provincia: la Cofradía de las Benditas Ánimas, cuyos documentos más antiguos se remontan a 1711 y hoy descansan en el Archivo Histórico Diocesano de Zamora.
Estos legajos, amarillentos pero elocuentes, hablan de una hermandad viva, organizada y sorprendentemente próspera. Tanto, que en el siglo XVIII los propios vecinos la conocían como “la Cofradía de las Ánimas Hacendada”, porque poseía tierras y rentas agrícolas que le permitían sostener sus cultos y sufragios por las almas del purgatorio.
Uno de esos documentos, fechado en 1751, menciona al que se considera el mayordomo más antiguo conocido, Gabriel Vizán, labrador y cofrade, figura equivalente al actual “amo” de la cofradía. Vizán administraba las tierras de la hermandad, entre ellas una fanega arrendada a Tomás Juan, situada en el Camino de La Vega. En otro manuscrito, el propio Tomás Juan confirma el arrendamiento y sitúa la parcela en las Peñas de Varcial, añadiendo que estaba casado con Juliana Vizán, posiblemente emparentada con el mayordomo.
Los documentos también reflejan el entramado eclesiástico y vecinal de la época: el párroco era Francisco Fernández de la Garrida, arcipreste de San Ildefonso, y el cura-teniente, Manuel González. El alcalde se llamaba Félix Bravo, mientras que otro vecino, Cayetano Vizán, firmaba los escritos como concejal, sacristán y “fiel de fechos”, figura encargada de dar fe pública en el concejo.
En aquel tiempo, la cofradía gestionaba varias piezas de tierra —algunas dentro de las propiedades del Cabildo de la Catedral de Zamora— que con el paso de los años fueron desamortizadas por Mendizábal en el siglo XIX. En el Boletín Oficial de la Provincia de 1856 aún se detalla la subasta de sus bienes: “un quiñón de tierras en término de Carrascal, procedente de la Cofradía de Ánimas del mismo, compuesto de dos piezas de cabida de tres fanegas, nueve celemines y tres cuartillos”.
 
De ahí su apodo popular: “las Ánimas Hacendada”, una cofradía que no solo rezaba por los difuntos, sino que también labraba y arrendaba tierras para sostener sus fines piadosos. El mayordomo Gabriel Vizán, curiosamente, no tenía tierras propias, pero sí arrendaba hasta 17 piezas de secano pertenecientes a la Capellanía del Cántaro, fundada siglos antes por el obispo Suero Pérez con las rentas de las aceñas y viñedos de Carrascal.
A mediados del siglo XX, el investigador Antonio Matilla recogió en su inventario provincial los documentos de la Cofradía de las Ánimas de Carrascal del Duero, fechados entre 1711 y 1821, confirmando así su antigüedad y continuidad como una de las hermandades más longevas y peculiares del entorno zamorano.
 
Hoy, estos papeles antiguos siguen hablando con voz propia: la de un pueblo que organizó su fe con los medios de la tierra, y que convirtió la devoción a las Ánimas en una forma de vida, trabajo y memoria colectiva.
 
                   
               
               
         
           
       
           
       
           
       
           
           
           
           
          