Felipe VI rompió este año el protocolo tradicional del discurso de Navidad al dirigirse a los ciudadanos de pie, durante diez minutos, desde el Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid. La decisión, inédita hasta ahora, marcó desde el primer momento el tono de una intervención directa y solemne, apoyada en una escenografía sencilla y en un lenguaje corporal más expresivo, con el Rey interactuando con las manos para enfatizar los mensajes clave.
El escenario elegido no fue casual. En ese mismo espacio se firmó el tratado de adhesión de España a las entonces Comunidades Europeas, un hito que, junto al 50 aniversario del inicio de la Transición democrática, vertebró un discurso centrado en la convivencia democrática como eje esencial del proyecto común.
Desde el comienzo, el Rey apeló a la memoria colectiva para recordar la Transición como un ejercicio de responsabilidad compartida y de diálogo, que permitió transformar la incertidumbre en un punto de partida sólido, culminado en la Constitución de 1978 y en la integración europea. Dos procesos presentados como la base de las libertades, el pluralismo y la prosperidad alcanzados en las últimas cinco décadas.
Felipe VI trazó después un retrato generacional del país y aterrizó en las preocupaciones actuales de la ciudadanía. Mencionó expresamente el problema de acceso a la vivienda, el aumento del coste de la vida, la incertidumbre laboral derivada de los avances tecnológicos y el impacto de los fenómenos climáticos, conectando el balance histórico con los desafíos del presente.
Uno de los momentos más contundentes del discurso llegó al referirse al clima de confrontación política y al desgaste que provoca en la sociedad. El Rey advirtió del hastío ciudadano ante la tensión constante del debate público y del riesgo que supone la pérdida de confianza en las instituciones, alertando también del auge de extremismos y populismos alimentados por la desinformación y el desencanto.
Sin señalar responsables concretos, lanzó una llamada a la responsabilidad colectiva: diálogo, respeto en el lenguaje, escucha activa, ejemplaridad de los poderes públicos y empatía, situando la dignidad de las personas —especialmente de las más vulnerables— en el centro de la acción política. “En democracia —subrayó— las ideas propias nunca pueden ser dogmas ni las ajenas amenazas”.
El mensaje, de tono firme y conciliador, reivindicó a España como un proyecto compartido, sin atajos ni caminos fáciles, pero con un activo decisivo: la capacidad de avanzar unidos, con memoria y confianza. Frente al miedo y el ruido, el Rey defendió el talento, la creatividad y el compromiso de una sociedad capaz de afrontar sus desafíos colectivos.
El discurso concluyó con la felicitación navideña en todas las lenguas oficiales del Estado, antes de trasladar, en nombre propio, de la Reina y de sus hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía, sus mejores deseos para estas fiestas y el nuevo año.
En conjunto, el discurso de 2025 se caracterizó por su equilibrio entre historia y presente, por la atención a las preocupaciones sociales inmediatas y por una puesta en escena sobria pero cercana, en la que el monarca buscó transmitir un mensaje de confianza y cohesión.
Diez minutos en pie, gestos contenidos pero expresivos y un lenguaje claro: un discurso pensado para recordar que la convivencia democrática es un proyecto colectivo que requiere compromiso diario, memoria histórica y diálogo constante.