Querido Javier Alcina,
Hoy me dirijo a ti, con sentimientos encontrados, pues no sé si estas palabras marcarán una despedida definitiva. Eres, has sido y serás el mejor profesor que he tenido el privilegio de conocer.
Las lágrimas brotan de mis ojos al pensar en tu temprana partida, y me pregunto por qué el destino te ha arrebatado de nuestra presencia tan pronto. Tenías tanto aún por ofrecer, sobre todo en el arte de enseñar. Este maestro excepcional no debería habernos dejado así; tu pasión debería haberse extendido a través de las generaciones venideras.
Recuerdo esas clases, donde, desde el rincón más alejado, nos brindabas melodías sublimes del último de la fila y nos enseñabas la esencia de la buena música de tu era dorada, aquella que también me recuerda a mi padre.
Quiero afirmar con certeza que siempre serás el mejor mentor. Tus métodos, atípicos y singulares, convertían cada clase en una experiencia sumamente especial. Nos permitías crear, imaginar e incluso organizar sesiones de fotos maquillándonos y siendo nosotros mismos, esa experiencia nunca se borrará de mi memoria.
Fue a través de ti que descubrí y me enamoré perdidamente de la fotografía analógica de medio formato. No escatimabas en transmitirnos tu pasión, a diferencia de muchos otros.
Cuando dejé el curso, fuiste uno de los pocos que no albergó resentimientos hacia mí. Más bien, te comportaste como un amigo cercano, y aunque ya no estés físicamente, sé que estarás siempre presente. Borrar tus recuerdos de mi vida será una tarea ardua. Dejaste una marca indeleble, no solo como educador, sino como ser humano excepcional.
Posees ese raro don de comunicar tanto con una simple mirada como con un abrazo cálido, o incluso con esa sonrisa generosa que te caracterizaba, incluso en los momentos más difíciles.
Mis palabras se quedan cortas para expresar mi gratitud. Gracias por confiar en mí, por reavivar mi amor por la fotografía y por resolver mis dudas, incluso después de que ya no fuera tu alumna. A veces, te sometía unas chapas horribles, y por eso, te agradezco aún más.
Gracias por ser y por estar. Dejas un vacío inmenso, no solo en mi corazón, sino en los corazones de todos los estudiantes a quienes guiaste.
Lamento profundamente la partida de los mejores y más grandes. Desde este momento, te prometo que seguiré presumiendo de tener al mejor profesor del mundo, el que tuve el honor de conocer y aprender. Te quiero, no solo como profesor, sino como amigo.
Con aprecio sincero, y con el corazón hecho pedazos
Una de las muchas alumnas en las que dejaste una huella imborrable.