Cinco ‘mayos’ reciben al visitante que se adentra en el municipio sayagués de Figueruela. La carretera ZA-306 nos lleva a uno de esos pueblos anclados en el tiempo, cuando hace más de tres décadas algún que otro niño correteaba por sus calles y a primera hora de la mañana esperaba la llegada del transporte escolar que lo trasladaría al colegio de Almeida.
Hoy la persona más joven que reside en este municipio tiene 61 años y apenas cinco viviendas permanecen abiertas a diario. “La realidad es muy triste, como en todos los sitios”, señala Rufi. Hace medio siglo la población en Figueruela superaba el centenar, si bien la época de mayor apogeo -según los datos del INE- fue en la década de 1950 cuando se alcanzaron las 200 personas. Un lujo en un Sayago que, como el resto de la Zamora rural y de la ahora tan popularizada 'de boquilla' España Vaciada, agoniza sin remedio.
Pero su población ha aumentado de manera ficticia en las últimas semanas, desde que los vecinos decidieron colocar a cinco ‘mayos’ a escasos metros pasado el cartel de bienvenida del pueblo. Recostados en un sofá frente a un televisor cuyo mensaje no puede ser más directo: “Me vuelvo al pueblo”. La idea, más allá de provocar el humor entre los que se acercan a contemplar estos muñecos, se ha convertido en toda una crítica hacia el trato que reciben los pueblos cuya población cae en el mayor de los olvidos con el paso de los años.
Porque ojalá el pueblo sumara habitantes reales: sería el deseo de los que diariamente continúan levantando un pueblo que adolece de los servicios más básicos. Sin tienda y con el consultorio cerrado desde la pandemia, pocas esperanzas le quedan a un pueblo consciente de que estas carencias sólo ahuyentan a las posibles familias interesadas en apostar por un cambio de vida, con el teletrabajo aún coleando con una posible esperanza para los municipios que contemplan cómo año a año su censo se va acortando.
“Apenas quedan cinco casas abiertas, el doble con los que vienen ahora en verano. Poco más habrá”. Es el lamento de José Manuel en un momento en el que, con el inicio del mes de agosto, el número de vecinos se duplica. Un hecho pasajero que, con la vuelta al trabajo y el inicio de las clases volverá a mostrar su cara más amarga.
Es la triste realidad que van tejiendo, a moda de narración y en un diálogo que ha reunido a más de la mitad de los residentes del pueblo, que se juntan todos los fines de semana en el local municipal. Un espacio convertido en asociación que mueve curiosamente a 38 personas, más del triple de los que allí viven. La pequeña cuota anual permite mantener abierto este recinto que recibe a los veraneantes y descendientes en Navidad, Semana Santa, así como durante las fiestas en honor a la Virgen del Carmen que se celebran tradicionalmente durante la tercera semana de agosto.
“Aquí no hay médico ni una vez a la semana, ni tan sólo una vez al mes”. La única opción es solicitar por cita previa una consulta y desplazarse hasta Peñausende -a 12 kilómetros- o a Corrales del Vino -a 24 kilómetros- por su propia cuenta, algo que muchos debido a su situación no pueden permitirse desde que también quitaron el servicio de transporte sanitario.
Con tan sólo una casa en rehabilitación, la esperanza reside en aquellos más próximos a la edad de jubilación, aunque reconocen que también dependen de su situación familiar. “Los nietos tiran mucho” y pueden a un corazón que sigue residiendo en un pueblo que agoniza cada vez más.
El local municipal es uno de los escasos consuelos de los que siguen visitando con cierta asiduidad el pueblo. Con una barra, juegos de mesa y con óleos pintados sobre la pared recreando la imagen de la iglesia del pueblo, este espacio supone un pequeño oasis. "Si no hubiera sido esto, probablemente ya los pocos que venimos no lo haríamos", comentan.
El día a día y la gestión general las lleva Rufi, si bien se apresura a quitarse méritos: “Aunque estén lejos todos colaboran”. Desde Gijón, Madrid o Valencia, son muchos los que intervienen en la organización de la lotería de Navidad o las actividades de la Semana Cultural que mueve a la mayoría en estos días de agosto en los que el calor aprieta. Cedido por el Ayuntamiento, el local levantado hace ya ocho años se sustenta gracias a la generosidad de los que siguen sintiendo Figueruela como su pequeño refugio y que permite a los vecinos jugar al billar o, simplemente, tomar un refrigerio mientras conversan de un día a día monótono. “Fíjate los que somos ahora, tan sólo dos residen de manera habitual”.
Aún recuerdan cuando, hace una década y a falta del local, se veían obligados a montar un chiringuito improvisado con lonas y una estructura de madera. "El día que hacía bueno salía bien, pero el día que llovía imagínate la situación con todos apostados con los paraguas bajo un espacio minúsculo tomando el vermú".
“Tratamos de mantenerlo y peleamos lo que podemos. Si alguien pregunta por una vivienda tratamos de animarlos, pero si no hay opciones, ni servicios, ni facilidades… ¿Quién va a lanzarse a vivir aquí?”, precisa Juani. Una triste realidad que los vecinos han querido visibilizar con estos ‘mayos’ que han dado la vuelta a la provincia y que se han convertido en una crítica al trato de una España rural abocada a la extinción.
Una realidad que han visualizado con estos cinco 'mayos' que, como el mismo pueblo, se mantienen anclados a la esperanza. Aseguran que han sido muchos los que se han acercado a ver a estos muñecos -al estilo de espantapájaros- que, apostados frente al televisor, son la viva imagen de “Los lunes al sol”. De un eterno ‘día de la marmota’ que parece no tener solución.