Abrir las puertas de "Donde Víctor Luna" es como adentrase en un pequeño museo. En cada habitación de este alojamiento rural abierto en Granja de Moreruela, un mural pintado por dos vecinas del pueblo rinde homenaje a los pintores que han marcado la vida de su dueño, Víctor Luna, a través de la percepción artística de sus padres: Ignacio, un andaluz ya adoptado como granjeño, aunque con ese acento que no se despega, y Toya, nacida en el municipio, hija de Vicente y Jacoba, los abuelos cuyos nombres conforman la leyenda que preside la chimenea de la cocina.
Esa placa explica en pocas palabras lo que el viajero puede encontrar en la nueva casa rural, un alojamiento con 8 habitaciones dobles con sus cuartos de baño, servicio de cuna, piscina, barbacoa, un merendero al estilo rústico, jardín, aparcamiento y hasta un huerto en el que crecen pimientos y tomates.
Asentada en el recorrido de la Vía de la Plata, el alojamiento rural es la culminación del camino que Luna Díez emprendió hace 2 años cuando decidió abandonar Madrid y regresar al pueblo de su infancia y adolescencia, la localidad de ya menos de 300 habitantes que visitaba en verano y Navidad, donde vendimió con su abuelo y también donde vivió la verdadera fiesta en la celebración del Cristo cada tercer domingo de septiembre.
"Había hartazgo de la vida de ciudad", confiesa. Y puestos a confesar reconoce que "no acababa de ser feliz", allí, en la capital de España. Y regresó. Asegura que el pueblo "me ha puesto en mi sitio y en él he encontrado la velocidad adecuada", a pesar del trabajo y los dolores de cabeza que siempre acompañan la puesta en marcha de un negocio.
En plena madurez a sus 37 años, Víctor Luna afirma haber encontrado una vida sosegada y una gran familia en Granja de Moreruela, donde siguen viviendo sus abuelos y la tía Luisa. Y ha construido la casa que quería, una mezcla de esencia rural y arte en cada pared.
En cada habitación, el viajero se va a encontrar con un mural distinto, la mayoría obra de Isabel Villarino y uno que lleva la firma de María Eugenia Rodríguez, dos vecinas del pueblo que han plasmado con su pincel retazos del alma artística de pintores como el ruso Vasili Kandinski; el alemán Paul Klee, cuyo estilo varía entre el surrealismo, el expresionismo y la abstracción; Valéry Galloway, el uruguayo Joaquín Torres García, creador del universalismo constructivo, o el también uruguayo Rafael Barrada.
En otro de los habitáculos luce un grabado del pueblo del tren, La Tabla, del artista maño Manuel Sierra Barceló, que recaló en Granja de Moreruela un verano de hace casi 30 años y, desde entonces, regresa para inmortalizar el campo de Castilla con esa luz especial que el estío imprime a estas tierras.
El comedor está presidido por una "interpretación" de una viñeta al estilo de Torres García, pero con la imaginación de María Eugenia Rodríguez, que creó una alegoría que representa el origen del pueblo unido al convento de Santa María de Moreruela, como una desordenada tabla de trovador, en la que se ha colado también una representación del coronavirus.
La cocina despierta el apetito por conocer la obra del pintor uruguayo y su universo constructivo, con unas siluetas salidas de la imaginación de Isabel Villarino, que conjugan perfectamente con los "hules" del mapa de España que recubren todas las mesas, aquellos manteles que los vecinos de cualquier parte de Castilla y León elegían para tapar las camillas.
"Donde Víctor Luna" completa el recorrido que inició hace 20 años su dueño en el Camino de Santiago. Tras aquella experiencia, el entonces estudiante de Empresariales, desechó la idea de regresar a California, donde había viajado un año antes, y decidió retornar y "acomodarse" en casa, en su Madrid natal. Dos décadas después, sus pasos le han traído hasta el pueblo de sus abuelo, ese que correteó de niño y en el que hoy emprende una nueva etapa al frente de un nuevo negocio.
