Así lo vimos: Un mes y un día después, las calles aún están marcadas por el barro, los sótanos anegados y los garajes convertidos en cementerios de coches. Las instituciones han hecho acto de presencia, pero las soluciones reales brillan por su ausencia, dejando a los vecinos solos ante la ardua tarea de reconstruir su futuro.

Heroísmo cotidiano en medio del caos
Entre los escombros, destacan historias de personas que se han convertido en pilares de sus comunidades. Juanita, una abuela de 87 años de Algemesí, es un ejemplo de resiliencia y generosidad. Con su delantal puesto y su cocina siempre encendida, prepara entre 30 y 40 platos diarios para los voluntarios que trabajan en la limpieza y recuperación de las zonas más afectadas. “Es lo que puedo hacer por estos ‘chiquets’. Se merecen todo nuestro respeto. Si ellos ponen su esfuerzo, yo pongo mis manos”, comenta mientras revuelve una paella.
A pocos kilómetros, en Sedaví, seis empleados de una residencia de ancianos se convirtieron en héroes sin capa. Durante las horas más críticas de la tormenta, lograron salvar a 124 abuelos, llevándolos a lugares seguros mientras el agua invadía las instalaciones. "No pensamos en nada más que en ellos. Hicimos lo que teníamos que hacer", dice una de las trabajadoras, visiblemente emocionada al recordar el caos de aquella noche.

En Paiporta, los colegios e institutos permanecen cerrados, y la directora del colegio Ausiàs March describe la situación como "una carrera contra el tiempo". Profesores y AMPAs, junto a voluntarios llegados de toda España, han asumido la limpieza de aulas y la reconstrucción de espacios educativos. "Nos han mandado sillas y mesas, pero el verdadero trabajo lo estamos haciendo nosotros. La Generalitat quiere que abramos rápido, pero ¿a qué coste? La salud mental de nuestros alumnos y profesores está gravemente afectada", explica.

El barro que no se va y la ayuda que no llega
Un mes después, el barro sigue siendo una constante. Calles, garajes, parques y jardines están todavía sumidos en lodo. En las cunetas se acumulan coches siniestrados, muchos convertidos en chatarra, mientras improvisados desguaces se multiplican en las localidades afectadas. Agricultores y tractoristas de la zona no han dejado de trabajar, utilizando sus máquinas para retirar escombros y ayudar a los vecinos. Sin embargo, la magnitud de la tragedia supera las capacidades locales, y la falta de una organización centralizada agrava la situación.

La contaminación es otro problema que preocupa a los vecinos. Baterías, aceites y productos químicos de los coches dañados han sido vertidos en ríos y al mar, dejando un impacto ambiental que aún no se ha cuantificado. "Nos sentimos desamparados. La DANA no solo destruyó nuestras casas, sino también nuestra tierra", lamenta un agricultor de Algemesí mientras trabaja en la limpieza de un campo cubierto de escombros justo frente a este desguace improvisado de coches y enseres.


La cara oscura de la tragedia
No todo ha sido solidaridad. Durante los días posteriores al desastre, el pillaje se convirtió en una pesadilla adicional. Al menos 186 personas fueron detenidas por aprovechar la vulnerabilidad de las zonas afectadas para robar en casas y negocios. "Es incomprensible que haya gente que se aproveche de una tragedia así", comenta un vecino de Paiporta, cuya tienda fue saqueada tras el paso de la DANA. Este comportamiento contrasta con el esfuerzo titánico de los voluntarios y vecinos que, día tras día, trabajan sin descanso para devolver algo de normalidad a sus comunidades.
El "pueblo salvó al pueblo"
En ausencia de una respuesta institucional adecuada, la solidaridad entre personas ha sido la verdadera fuerza motriz para enfrentar la catástrofe. Jóvenes de toda España han llegado a las localidades afectadas para limpiar casas, bares y negocios, dejando a un lado sus propias vidas para ayudar. En Paiporta, una vecina relata cómo estudiantes zamoranos enviaron material escolar y mobiliario para que los niños puedan volver a estudiar. "El apoyo de Zamora y sus voluntarios es impagable. Gracias a ellos tenemos esperanza de que nuestros hijos recuperen un poco de normalidad", comenta la directora del colegio Ausiàs March.

La sensación de abandono
Para muchos, el sentimiento predominante sigue siendo el de abandono. "Nos dejaron solos en los momentos más críticos y ahora seguimos igual", denuncia un vecino de Sedaví. Las autoridades han realizado visitas, pero las soluciones reales no llegan. Mientras tanto, los vecinos limpian, reconstruyen y buscan maneras de superar una tragedia que no solo afectó sus bienes materiales, sino también sus corazones.

Las cicatrices de la DANA permanecerán durante años, tanto en el paisaje como en las almas de quienes la vivieron. Pero si algo ha demostrado Valencia, es que incluso en medio de la devastación, su pueblo tiene la fuerza y la voluntad para levantarse. A pesar de las carencias, el barr o y las lágrimas, la solidaridad brilla como un recordatorio de que, aunque el estado pueda fallar, la humanidad nunca lo hará.
Porque si algo queda claro en esta tragedia, es que Valencia, pese al barro, la pérdida y el abandono, sabe cómo florecer incluso en medio de la tormenta.
Decenas de historias que seguimos y seguiremos contando de valencianos con familiares en Zamora y al revés. El Levante necesita levantarse si o si.