La noche del pasado viernes, 78 peregrinos se pusieron en marcha para recorrer, paso a paso, los 27 kilómetros que separan Zamora de la joya visigoda de San Pedro de la Nave. La XIV Peregrinación Nocturna, organizada por el Área de Religiosidad Popular, Cofradías y Hermandades y acompañada por varios sacerdotes de la diócesis, volvió a ser un espacio privilegiado para el silencio, la oración y el encuentro con Dios en medio de la belleza de la noche zamorana.
La marcha comenzó con el envío de los participantes y la celebración de la Eucaristía. Desde allí, las linternas y la luz de la luna guiaron a los peregrinos por caminos y senderos, atravesando parajes que, en la quietud de la madrugada, revelaban la hermosura de la creación.
Entre los caminantes, este año se encontraba la familia Uzcátegui Rivas, de origen venezolano, para quienes la experiencia fue profundamente significativa: “En familia, como los discípulos, nos pusimos en camino… Fue un desafío físico, pero también un momento para desconectarnos del ruido de la ciudad y fortalecer nuestra fe. La luna nos acompañó todo el trayecto, y la belleza del paisaje nos recordó las maravillas del Creador. En algunos momentos nos sentimos perdidos y desanimados, pero aprendimos a seguir confiando y amando a Jesús, que nos acompañó como a los discípulos de Emaús.”
Su hijo de 10 años, dicen, fue motor y estímulo constante. También la convivencia con peregrinos de edad avanzada les inspiró a no desistir: “Nos animaron a seguir creyendo que sí se puede, porque el Señor espera más de nosotros.”
La llegada a San Pedro de la Nave, tras horas de esfuerzo compartido, fue coronada con un tiempo de oración y acción de gracias. Allí, en el silencio del templo visigodo, muchos encontraron el sentido profundo del camino recorrido.
La familia Uzcátegui Rivas resume así lo vivido:
“Agradecemos a los sacerdotes por guiarnos en la oración y al equipo organizador por su entrega generosa. Valió la pena recorrer 27 kilómetros con un propósito: sentir tu presencia, Señor.”
Una noche, en definitiva, en la que el cansancio se transformó en gozo, y el camino se convirtió en una auténtica escuela de fe para 78 peregrinos que caminaron juntos bajo la misma luna y la misma fe.