Las colas frente a las administraciones se multiplican, las conversaciones giran en torno a los números “con más suerte” y miles de personas comparten décimos “por si toca”. La ilusión parece envolverlo todo. Sin embargo, detrás de esta tradición tan arraigada se esconde una realidad poco visible: la del juego normalizado.
Según la Dirección General de Ordenación del Juego, el 49% de la población española participa cada año en juegos de azar. Aunque la Navidad es el epicentro emocional, el juego forma parte del día a día de millones de personas: loterías semanales, apuestas deportivas, bingos, máquinas recreativas o casinos online. Lo que en diciembre se vive como un ritual colectivo puede convertirse, silenciosamente, en una conducta de riesgo.
Una tradición que ya no se cuestiona
La compra de Lotería de Navidad se ha convertido en un gesto automático. El precio del décimo —20 euros, aunque la mayoría gasta más— se justifica con un “por si acaso” o “porque siempre lo hacemos”. Familias, amistades y compañeros de trabajo comparten números que viajan de ciudad en ciudad en busca de una suerte que, psicológicamente, responde a los mismos mecanismos que cualquier juego de azar: refuerzo intermitente, ilusión de control y deseo de gratificación inmediata.
“En España el juego se disfraza de tradición, y eso lo hace especialmente peligroso”, alerta Guillermo Acevedo, director y terapeuta de Esvidas. “No hablamos de apostar grandes cantidades en un casino, sino de un comportamiento culturalmente aceptado que refuerza la idea de que jugar es inofensivo. Cuando un hábito se repite cada año con expectativas irreales y con dinero de por medio, estamos entrando en terreno de riesgo”, según Esvidas, red de centros de adicciones Ayudamos a las personas encontrar el tratamiento adecuado para su recuperación.
Pensamiento mágico y emoción compartida
La Lotería de Navidad combina esperanza, superstición y pertenencia social. Es lo que la psicología denomina pensamiento mágico: creer que un gesto, un número o un lugar pueden influir en el resultado del azar. De ahí la costumbre de comprar “en el mismo sitio de siempre” o de guardar boletos que “dieron suerte”.
Según José Manuel Zaldúa, psicólogo y socio fundador de Esvidas, esta ilusión colectiva activa potentes mecanismos neuroquímicos: “Cada vez que pensamos que podríamos ganar, el cerebro libera dopamina, el neurotransmisor del placer. Esa descarga genera euforia, esperanza y conexión con los demás. Es el mismo circuito que se activa en cualquier conducta adictiva”.
Una cultura del juego que no termina en diciembre
El sorteo del 22 de diciembre es el escaparate de una presencia constante del juego en España. Loterías, bingos y máquinas tragaperras forman parte del paisaje cotidiano, y aunque la mayoría participa de forma ocasional, la frontera entre ocio y dependencia es sutil.
El 49% de la población adulta admite haber jugado en el último año, mientras que el juego online crece especialmente entre menores de 35 años, con un aumento del 12% en usuarios según el Ministerio de Consumo. “Lo preocupante no es solo cuánta gente juega, sino cómo se normaliza como forma de ocio”, advierte Zaldúa. “Cuando la ilusión y la unión familiar se asocian a un acto de azar, la percepción del riesgo se debilita”.
La delgada línea entre ilusión y dependencia
La Navidad puede convertirse en un detonante para quienes ya presentan vulnerabilidad hacia el juego. Muchos llegan a tratamiento sin identificar en qué momento cruzaron la línea. A menudo no es una gran pérdida económica, sino la frustración, la culpa o el deterioro de las relaciones lo que enciende la alarma.
Acevedo señala que durante estas fechas se observan incluso recaídas en personas en proceso de recuperación: “Las fiestas reactivan emociones intensas —nostalgia, ilusión, euforia— que pueden conectar a la persona con la necesidad de jugar. Por eso es importante hablar del juego navideño como posible puerta de entrada o reactivación de una adicción”.
Señales que deberían hacernos reflexionar
-Gastar más dinero del previsto justificándolo con la emoción o la costumbre.
-Sentir malestar o arrepentimiento tras comprar décimos o apostar.
-Creer que “este año sí toca” o que existe un número más afortunado.
-Jugar para recuperar lo perdido o para no quedarse fuera del grupo.
Aunque puedan parecer actitudes inocentes, responden a los mismos mecanismos psicológicos que los trastornos adictivos, con la diferencia de que en el caso del juego, la sociedad lo celebra en lugar de advertirlo.