Dormir con un pie fuera de la cama no es casualidad

La ciencia respalda este gesto común como parte del mecanismo natural de termorregulación
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Dormir con un pie fuera de la cama es un gesto habitual que muchas personas repiten sin pensar. Aunque pueda parecer una simple manía, tiene una explicación lógica relacionada con el funcionamiento del cuerpo humano durante el descanso: la necesidad de regular la temperatura corporal.

Durante la noche, el organismo activa mecanismos para facilitar el sueño, entre ellos la disminución de la temperatura interna. El cuerpo busca alcanzar un equilibrio térmico que permita conciliar el sueño con mayor facilidad, y una de las formas más eficaces de liberar el exceso de calor es a través de las extremidades, especialmente los pies. Al sacarlos fuera de las sábanas, se favorece la pérdida de calor gracias a la exposición al aire más fresco de la habitación.

Este pequeño gesto forma parte de un proceso más amplio: la termorregulación. Al dormir, la piel actúa como un regulador natural que ayuda a ajustar la temperatura interna. Los pies, por su alta densidad de vasos sanguíneos y su menor cobertura durante el descanso, se convierten en una vía rápida para expulsar calor.

Además del gesto de sacar el pie, mantener unas condiciones adecuadas en el dormitorio también influye en la calidad del sueño. Una temperatura ambiente templada, en torno a los 18-20 grados, favorece el descanso. En épocas de calor, conviene mantener la habitación fresca durante el día, utilizando persianas o ventilación adecuada, y optar por tejidos naturales como el algodón, que facilitan la transpiración y evitan el sobrecalentamiento.

Más allá de la temperatura, hay otros elementos que condicionan el descanso nocturno. Acostarse únicamente cuando se tiene sueño, evitar el uso de pantallas antes de dormir, mantener rutinas relajantes previas —como leer o escuchar música tranquila— y reducir los niveles de estrés son prácticas recomendables. También lo es evitar cenas copiosas, el consumo de alcohol, tabaco u otras sustancias que alteran el ciclo natural del sueño.

Por último, no solo importa cuánto se duerme, sino cómo se duerme. Un sueño de calidad es aquel que sigue un ritmo regular, sin interrupciones frecuentes y que permite recorrer todas las fases del descanso, desde el sueño ligero hasta el profundo y el REM. Sentirse descansado y con energía al despertar es el mejor indicador de que se ha dormido bien.

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