De la oscuridad en la Catedral a la devoción entre las calles zamoranas

La imagen, majestuosa y de un mérito artístico sobresaliente, permaneció durante décadas sin ser conocida por la gran mayoría de los zamoranos

El 26 de marzo de 1902, en procesión, el Cristo de las Injurias fue trasladado desde la Catedral hasta el Convento de Santa Clara, marcando así su regreso al ámbito público

Zamora se sume en el Silencio ante el Smo. Cristo de las Injurias
photo_camera Zamora se sume en el Silencio ante el Smo. Cristo de las Injurias

En el corazón de la Semana Santa zamorana, una figura venerada y admirada emerge del pasado, llevando consigo una historia de fe, perseverancia y devoción. Se trata del Santísimo Cristo de las Injurias, una imagen que, a principios del siglo XX, se encontraba semioculta en la oscuridad de la Catedral. 

La imagen, majestuosa y de un mérito artístico sobresaliente, permaneció durante décadas sin ser conocida por la gran mayoría de los zamoranos. Sin embargo, en el año 1902, dos devotos, Francisco Antón Casaseca y Carlos Rodríguez Díaz, decidieron sacar a la luz esta joya de la religiosidad zamorana.

Fue gracias a la iniciativa de estos dos hombres que la idea de incluir al Cristo de las Injurias en las procesiones de Semana Santa tomó forma. A pesar de los obstáculos, la Cofradía del Santo Entierro abrazó la propuesta con entusiasmo, buscando llevar la imagen a las calles para que fuera admirada por todos los fieles.

El 26 de marzo de 1902, en procesión, el Cristo de las Injurias fue trasladado desde la Catedral hasta el Convento de Santa Clara, marcando así su regreso al ámbito público. Este acontecimiento significativo no solo reavivó la devoción hacia la imagen, sino que también encendió una chispa de fervor entre los zamoranos.

A pesar de los desafíos y las discrepancias, la perseverancia de los devotos prevaleció. En 1925, la imagen fue reintegrada a la procesión del Miércoles Santo bajo la nueva cofradía denominada 'Del Silencio'. La incorporación del Cristo de las Injurias a la procesión del Silencio no solo representó un acto de devoción, sino también un símbolo de unidad y solidaridad entre los zamoranos. El sacrificio y el esfuerzo de aquellos que lucharon por preservar esta tradición perduran hasta el día de hoy.

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