El misterio que rodea a la talla del Santísimo Cristo de las Injurias, una de las imágenes más veneradas de la Semana Santa zamorana, ha dado lugar a numerosas leyendas. La tradición oral ha corrido de boca en boca en torno a los orígenes de esta imagen de autor desconocido y fechada en el siglo XVII. La imagen permaneció semioculta desde 1835 en una de las capillas de la S.I. Catedral hasta 1902, cuando la imagen salió por primera vez en una procesión popular bajo el amparo de la Cofradía del Santo Entierro con la que actualmente sigue procesionando en la tarde cada Viernes Santo.
Del anonimato inicial a convertirse en uno de los rostros más fotografiados y constituir la imagen de uno de los actos más llamativo y retratados a nivel internacional por medios de todo el mundo como es el acto de jura del Silencio, el Cristo de las Injurias sigue levantando la admiración que toda talla de esta envergadura merece.
Tres leyendas los avalan: la que narra su llegada desde Granada, tras haber sido injuriado por unos moriscos, la que relata la historia del joven caballero Tomás Valderrey cuyos pecados sumaron una espina más a la corona del Cristo o también la que habla de un caballero que juró en falso sobre unos amores ilícitos con una dama ante esta imagen de Cristo, desapareciendo milagrosamente como castigo debido a su pecado. Esta última es sin duda la más popular y que reproducimos a continuación:
En la otra margen del Duero se ubicaba el monasterio de San Jerónimo y en una de sus capillas se conservaba una espléndida figura de un cristo crucificado, que es del que vamos a hablar. El monasterio desapareció con la desamortización de Mendizabal y la imagen fue trasladada a la S. I. Catedral donde en la actualidad se le da culto y es la imagen titular de la Cofradía del Silencio. En la Guerra de la Independencia estuvo a punto de ser quemada por las tropas de Napoleón.
Cuenta la leyenda que por los años mil quinientos un joven vecino de Zamora llamado Juan Yáñez de León pretendía casarse por interés y no por amor con Leonor Gil de Castro, joven huérfana que era buena, caritativa, cristiana y honesta. Él quería apropiarse de su herencia y cambiar así su fortuna. Pero fue rechazado y lleno de ira trama un plan para vengarse, un plan que pusiera en entredicho la honorabilidad de la joven.
Pago a unos hombres para que colocaran por la noche una escala en la casa de Leonor que llevaba directamente a sus aposentos, poniendo en entredicho su honra.A la mañana siguiente toda la ciudad hablaba de lo sucedido.
La joven, acompañada por su tío, Don Pedro de Castro, acude al Convento de San Jerónimo para pedir ayuda a fray Antonio, ya que ambos pensaban que era una venganza del desdeñado. El fraile les aconseja invitar a Juan al convento, el joven acepta, pero niega cualquier participación en los hechos de los que le acusan. Ya en el convento fray Antonio pidió a Juan se colocara de pie ante el Cristo y le pregunto: “¿Juráis por Dios que nada tuvisteis que ver con la injuria infringida a Doña Leonor, que no fue gente por vos enviada la que colgó una escalera en los muros de la casa para echar a perder su honra?”
Juan respondió : - “Sí, juro”.
Un gran trueno retumbo en la iglesia apagándose los cirios y se oyó una potente voz que por tres veces dijo: “¡Mientes!, ¡Mientes!, ¡Mientes!”.
Los frailes volvieron a encender las velas y el perjuro Don Juan había desaparecido, la tierra se lo había tragado en medio de un intenso olor a azufre. Los presentes cayeron de rodillas y daban alabanzas al Cristo que con su milagro había devuelto la honra a la joven Leonor.
Desde ese día a imagen es conocida con el nombre de Cristo de las Injurias.
Es uno de los mejores crucificados del renacimiento español, s. XVI entre 1530 – 1560 de influencia italiana y autor desconocido ha sido atribuido a Gaspar Becerra (Baeza (Jaén) 1520 – Madrid 1570).
Fuentes texto: Información propiedad y extraída del libro “Leyendas Zamoranas” de Concha Ventura Crespo y Florián Ferrero Ferrero (Editorial Semuret).