La Navidad sin Papá Nöel que olía a musgo y a arroz con leche: recuerdos navideños de un pueblo de Sayago

Gregorio de la Mano, de 82 años y vecino de Carbellino, rememora unas fiestas navideñas sencillas, alejada de luces y excesos en su pequeño pueblo, donde se cantaban los villancicos ya clásicos y el Año Nuevo se celebraba con ropa de estreno
Reloj de la Plaza de Carbellino de Sayago iluminado
photo_camera Reloj de la Plaza de Carbellino de Sayago iluminado

En Carbellino de Sayago, Gregorio de la Mano —82 años— revive cada diciembre unas Navidades muy distintas a las que hoy iluminan escaparates y pantallas. Durante 26 años trabajó en la harinera de los Hermanos Sánchez, en Almeida de Sayago, pero ha sido siempre su pueblo el que ha conservado intacto el recuerdo de aquellas fiestas de los años cincuenta y sesenta, celebradas sin prisas, sin exceso y con una alegría elemental que no necesitaba adornos.

La Navidad, cuenta, no empezaba "en noviembre", como en la actualidad, marcada  por el encendido  de las luces, los adornos comerciales o los supermercados llenos de dulces. “Todo comenzaba en torno al 22 de diciembre, al sorteo de la Lotería Nacional. Ahí arrancaban realmente las fiestas”. Y justo después, los niños emprendían una misión invernal que hoy casi se ha perdido: salir al campo a buscar musgo para montar el nacimiento en casa.

En su hogar, el portal se levantaba con trozos de corcho y figuras de barro que pasaban de generación en generación. La Nochebuena tenía forma de silencio y villancico. “En algunas casas, como en la mía, se rezaba el rosario junto al nacimiento y cantábamos los clásicos: ‘Pero mira cómo beben los peces en el río…’”, recuerda. La mesa era humilde, pero especial: arroz con leche como postre festivo, algún flan delicioso que hacía su madre y, de dulce principal, turrón duro, del de verdad. “Era tan duro que había que partirlo con martillo”, bromea. Una sola marca, un solo sabor, pero una celebración completa.

A medianoche llegaba una tradición que Sayago aún conserva en algunos pueblos: la Misa del Gallo en la iglesia de San Miguel Arcángel. “Éramos 140 niños en Carbellino. Se cantaba el Encarnatus y yo llegué a llevar una corderita blanca con un lazo rojo para recitar una poesía”. Tras la misa, poco más: a las diez de la noche, en días señalados, podía haber baile, pero la norma era regresar pronto a casa, al calor del brasero, sobre las 10 de la noche.

El Año Nuevo se celebraba con ropa de estreno y con una liturgia ya sabida: el cura leía en misa los nacimientos, las bodas y también las defunciones del año. Era el calendario sentimental de un pueblo que se sabía de memoria.

Nada se sabía entonces de Papá Noel. Los niños aguardaban con impaciencia a los Reyes Magos, que llegaban con cargas mucho más ligeras que hoy. Gregorio de la Mano, el mayor de seis hermanos y único varón, recuerda perfectamente sus regalos: “A mí me traían una pelota; a mis hermanas, una muñeca. También útiles de la escuela: cuadernos, pinturas, libros…”. No había montones de cajas, ni plástico, ni la prisa de abrirlo todo sin mirar. “Hoy los niños tienen tanto que, a veces, ni lo valoran”, lamenta.

Lo que sí permanece intacto, insiste, es la ilusión. “Les dejábamos agua para los camellos con la misma emoción que ahora”. Pero en lo demás, siente que el espíritu se ha ido torciendo hacia el exceso. “Hay un despilfarro de luces y un consumismo exagerado. Antes la Navidad era simple… y también la vivíamos con alegría”.

Aficionado a los refranes, Gregorio ha recopilado más de 500,  y para acompañar este reportaje ha escogido uno muy particular, en una actualidad marcada por la gripe aviar: “En septiembre las gallinas vende… y en Navidad, vuelve a comprar”. 

Y antes de despedirse sonríe recordando aquellos inviernos sencillos: las calles silenciosas, los villancicos junto al brasero y la ilusión intacta de un niño que esperaba a los Reyes Magos. En Carbellino, y en la memoria de Gregorio, la Navidad sigue siendo un tiempo donde la sencillez y la alegría cotidiana eran el mejor regalo.

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