La tragedia en primera persona
"En mi barrio han fallecido al menos siete u ocho personas. Entre ellas, mi tía, una mujer mayor que vivía sola. Es una realidad dolorosa ver cómo las personas mayores fueron las más vulnerables en esta catástrofe", explica Manuel con voz entrecortada. "La alerta al móvil llegó cuando el agua ya alcanzaba metro y medio. Muchos no pudieron reaccionar a tiempo".
Manuel vive en un piso alto, lo que le salvó de lo peor, pero no puede decir lo mismo de sus vecinos. "Un matrimonio de ancianos intentó refugiarse en su tejado cuando su casa comenzó a derrumbarse. Fue un hombre rumano, un verdadero héroe, quien los ayudó a llegar a un lugar seguro y los mantuvo a salvo hasta que el agua bajó, casi dos horas después del pico de la inundación".
La devastación fue inmediata y total. "Las casas bajas han quedado destrozadas. La riera arrastró coches, muebles y todo lo que encontró a su paso. Ahora, entrar en los garajes es una odisea. La UME tiene que medir los gases antes de que alguien pueda entrar, y las condiciones son terribles", relata Manuel.

El peso de la impotencia y el abandono
Para Manuel, el desastre no solo está en el daño material, sino en la falta de respuesta y la descoordinación de las autoridades. "Los primeros días fueron los voluntarios quienes realmente hicieron el trabajo. Llegaron brigadas de bomberos y especialistas con radiales, se dejaron la piel cortando puertas de garajes y viviendas bloqueadas. Mientras tanto, los políticos brillaban por su ausencia", dice con indignación.
"La descoordinación es total. Ahora nos hablan de ayudas de 15.000 euros para coches eléctricos. ¿Coches eléctricos? Perdimos todo, y nos hablan de soluciones que no tienen sentido. No somos idiotas; sabemos que detrás hay contratos millonarios con empresas cuestionables", afirma.
Manuel también cuestiona la transparencia en las cifras oficiales. "En mi barrio, que es solo una parte de Paiporta, ya contamos al menos siete u ocho muertos. ¿Cómo pueden cuadrar las cifras cuando más de 110.000 personas han sido afectadas? Los censos no mienten, y tarde o temprano la verdad saldrá a la luz".

Solidaridad que salva vidas
A pesar de todo, Manuel encuentra consuelo en la solidaridad que llegó de toda España. "La nota para los voluntarios es un 20 sobre 10. Gente que dejó todo para venir a ayudarnos, que se metió en el barro hasta las rodillas y trabajó sin descanso. Eso es lo que nos mantiene en pie", dice con gratitud.
"Ahora, la vida sigue siendo difícil. Cada pequeño paso, cada entrada a un garaje, cada intento de volver a la normalidad, es una lucha. Pero la fuerza de los vecinos y la ayuda desinteresada de personas que ni siquiera nos conocían nos da esperanza", concluye.

"El pueblo no es idiota"
Para Manuel, lo ocurrido no solo deja lecciones de resiliencia, sino también un llamamiento a la acción. "El pueblo no es idiota. Sabemos dónde está el problema y quiénes son los responsables. Mientras ellos duermen poco y mal —o deberían hacerlo— nosotros seguimos reconstruyendo nuestras vidas. No necesitamos palabras vacías ni visitas mediáticas; necesitamos soluciones reales".
La historia de Manuel no es única en Paiporta ni en Valencia. Es un reflejo de cómo una tragedia natural puede ser agravada por la falta de previsión y el abandono institucional, pero también de cómo la solidaridad y la humanidad pueden iluminar incluso los momentos más oscuros.

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