Entrar al garaje de la casa de Juan Manuel Yéboles supone viajar en el tiempo. Desde la llegada de los árabes a la Península Ibérica, pasando por la Edad Media y el Renacimiento, a la música tradicional y folclórica, toda una amalgama de instrumentos desde la Peña de Francia a Extremadura pasando por Galicia confluyen en el taller de Juan Manuel Yéboles, residente en Monfarracinos y enamorado de todo lo que suena a tradición, a música.
Ya sea en lata, con piel, en madera de pino, incluso eléctricos, Juan Manuel invierte su tiempo libre en una pasión que comenzó de la mano de su fiel compañero y amigo desde el instituto. Un curso en un pueblo de Valladolid de construcción de rabel llamó su atención allá por el año 2008: “Ya por entonces tenía uno propio y estaba empezando a aprender a tocar, pero no fue hasta que empecé a construirlos cuando conseguí dominarlo con algo más de soltura”.
Sobre una mesa descansan cerca de una decena de rabeles realizados a partir de latas, piel, madera de pino con el famoso rosetón de la catedral de Zamora labrado en la caja de resonancia o los más curiosos realizados a partir de una calabaza. Son sus creaciones más recientes, pero también las más especiales, reconoce. Junto a ella dos gaitas serranas o albogues, dos perantones -rebautizados por su familia como “tío Vicente” al conocer que su tío ebanista también se dedicó hace más de 80 años a la fabricación de este instrumento tradicional extremeño utilizado para el acompañamiento de percusión-, un salterio, dos tamboriles de pequeñas dimensiones y dos panderetas cuadradas. Todas de fabricación propia y que ha ido aprendiendo a lo largo de su andadura.

En total unos 16 instrumentos que se suman a otro casi medio centenar de creaciones que conserva en otras estancias de su casa, más la casi treintena que han abandonado el calor de su hogar para emprender un nuevo camino junto a otros dueños: “Casi todos acaban en el entorno cercano”. Reconoce Juan Manuel con la boca pequeña que siempre que vienen a llevarse uno de los encargos tiene la pequeña esperanza de que finalmente se arrepientan para que no salga de su lugar de origen.
“Hay algunos que han sido amor a primera vista, como el rabel con el rosetón de San Juan, y que me he tenido que volver a fabricar para recuperarlo”. Algunos de ellos han llegado a viajar al otro lado del Atlántico más de diez mil kilómetros hasta Chile, mientras otros se han ido a Berlín de la mano de una profesora de música que haciendo Erasmus lo conoció: “Comenzó llevándose un pandero cuadrado y ya estando en Alemania, a través de una chica de Bajo Duero me pidió un rabel de Porto”.
Su verdadera pasión son los rabeles, unos instrumentos muy anárquicos y cuyos materiales revelan la zona de la que proceden: “En una zona cabrera normalmente lo que es la tapa armónica solía ser de piel; los de madera eran lo más parecido a los instrumentos medievales, mientras que en la zona de Toledo y Ávila -que había mucha hojalatería y metal- se aprovechaban las chapas”. Sobre todos ellos ha practicado José Manuel, un arte que le lleva de media unas 14 horas, si bien el proceso se puede alargar dos o tres semanas teniendo en cuenta que invierte el tiempo libre que le deja su trabajo como técnico de ascensores. “Hay encargos que aún tengo pendientes”.

Aunque sin duda son los de calabaza los que más llaman la atención, realizados con una calabaza hueca que recubre el mástil o bien a partir de media calabaza que hace las veces de la caja de resonancia. Fue el toresano Félix Pérez, del grupo Candeal, quien comenzó a fabricarlos: “Es el que más me gusta de lejos por la resonancia y el sonido que tienen”. Sobre este modelo fue precisamente por los que este zamorano decidió iniciarse en el mundo de la fabricación de este tipo de instrumentos.
Asegura que la horquilla de precios es muy grande, desde los 180 a los 800 euros ya elaborados por luthiers, si bien Juan Manuel tiene incluso uno hecho a partir de una lata de fabada por 25 euros.
Más allá de los instrumentos más tradicionales, Yéboles también improvisa valiéndose de la historia. Es el caso de los tamboriles, de apenas 22 centímetros de diámetro -frente a los 36/40 de los tradicionales- y realizado a partir de una lata de escabeche: “Normalmente la gente en los pueblos se servía de lo que tenía a mano, por ejemplo este era muy tradicional en la zona de Aliste”. Muchos de ellos salen a la calle de la mano del grupo Liara, que el propio Juan Manuel toca junto a su mujer, profesora de Secundaria de música.
