jueves. 25.04.2024
Imagen familiar de los bisabuelos, hijos y nietos de Silvia Beatriz Corral. Fotografí: CEDIDA
Imagen familiar de los bisabuelos, hijos y nietos de Silvia Beatriz Corral. Fotografí: CEDIDA

Los 9.967 kilómetros que separan Buenos Aires de Argusino no han sido impedimento para que la familia Corral Boldrini regrese al hogar de sus antepasados. Con la interrupción que supuso la pandemia del Covid, los argentinos Silvia Beatriz y su marido Osvaldo han vuelvo a respirar el aire que en su día disfrutaron sus bisabuelos hasta que en 1896 decidieron poner rumbo a Oporto y de ahí a Brasil. Allí pasaron diez años y la familia terminó asentándose en Buenos Aires, siempre preservando las tradiciones españolas. Un arraigo con la tierra que se ha mantenido durante cinco generaciones y que sienten con la misma intensidad tanto Silvia como sus hijas.

“Yo creo que una es del lugar de donde es tu sangre, no de donde naces circunstancialmente”. Silvia inició en 2017 un viaje de reencuentro con sus antepasados y su historia familiar, a medio construir. Una búsqueda que le llevó por los archivos de Zamora y los documentos que el Ayuntamiento de Villar del Buey conserva sobre el desaparecido pueblo sayagués. La vivencia les marcó hasta tal punto que desde entonces su agenda marca un mes de desconexión para recorrer España y en los que no puede faltar el habitual recorrido por tierras zamoranas.

Una huida por cuestiones políticas precipitó la salida de sus bisabuelos de Argusino. Silvia aún conserva los documentos que ha podido recuperar como las partidas de nacimiento y bautismo de sus bisabuelos, los pasaportes e incluso del pasaje de su travesía en barco.

“Yo me siento zamorana”. Lo dice pese al hecho de que mantiene aún familia en el municipio salmantino de Aldeanueva de Figueroa, donde nacieron sus abuelos paternos, pero con el recuerdo aún en la mente del acento castellano que conservaba su abuelo materno. Un habla puramente castellano “pese a que él nunca estuvo en España” y que mostraba el estrecho vínculo que siempre ha existido entre los hijos de emigrantes y su tierra de origen.

Silvia Beatroz Corral, su marido Osvaldo y Consuelo Pardal en los restos de Argusino. Fotografia: CEDIDA
Silvia Beatroz Corral, su marido Osvaldo y Consuelo Pardal en los restos de Argusino. Fotografia: CEDIDA

“Yo puedo escuchar tango argentino y no se me mueve un pelo, pero escucho el folclore de la zona y se me pone la piel de gallina. Realmente no se puede verbalizar porque te nace”. Una pasión que ha sabido llegar incluso a sus hijas, una de ellas con claras intenciones de poder asentarse en un futuro en España.

La suerte ha querido que su viaje, programado desde inicios de año y el cuarto de su vida desde aquel mítico de 2017, haya coincidido con la sequía y la bajada aún más drástica ante el trasvase de agua a Portugal que dejó el nivel del embalse. Argusino casi en su totalidad luce al descubierto, algo que no ocurría desde 1981, en ese caso por trabajos de mantenimiento de la presa. Las imágenes de Silvia recorriendo las calles centrales del pueblo con los restos de algunas de las casas aún en pie contrasta con la imagen que cuatro años antes la retrata con los pantalones arremangados hasta las rodillas para poder salvaguardar el agua que a duras penas dejaba entrever parte de la pared del cementerio. “Acá vivo de emoción en emoción”.

Pasaporte del abuelo de SIlvia Corral en el que aparece su localidad natal: Argusino. Fotografía: CEDIDA
Pasaporte del abuelo de SIlvia Corral en el que aparece su localidad natal: Argusino. Fotografía: CEDIDA

Antes de 2018, el nombre de Argusino se perdía entre la inmensa maraña azul que supone el embalse de Almendra. Sus búsquedas dieron por fin fruto: la creación de la asociación cultural Argusino Vive puso el nombre del pueblo sobre un mapa que antes únicamente hacía referencia a los vecinos municipios de Cibanal, Roelos, Salce y Villar del Buey. “Mira que yo estuve años buscando, pero como no existía hasta que no se creó la asociación no pude ubicarla. Estaba perdido y Google no ofrecía información al respecto”.

Porque Silvia se considera argentina por circunstancia, pero sayaguesa y zamorana de sangre. “El que es hijo de inmigrantes, aunque pasen las generaciones siempre te vas a sentir del lugar del que vienes”. Un sentimiento que se traduce en cuatro años de espera para tratar de solicitar la doble nacionalidad, mientras que su hija desde EEUU ya ha logrado en un año convertirse en ciudadana italiana, país del que desciende su marido.

De Argentina a Argusino: un viaje anual de reconstrucción