La Vuelta a España 2025 prometía un cierre espectacular en el Paseo de la Castellana, con sprint final bajo la estampa de Cibeles. En su lugar, lo que vimos fue una etapa convertida en crónica política. Manifestantes pro-Palestina irrumpieron en el recorrido y obligaron a la neutralización del final, en un episodio que ha roto la liturgia deportiva y ha proyectado sobre el ciclismo internacional un mensaje claro: no hay competición blindada frente a la protesta social.
Un triunfo inesperado: la protesta eclipsa al deporte
Los organizadores habían desplegado un dispositivo de seguridad sin precedentes. Madrid estaba tomado por efectivos policiales, vallas y controles. Sin embargo, los manifestantes burlaron el operativo y lograron lo que se habían propuesto: impedir el sprint final y trasladar el foco de la jornada a la política.
Para unos, Palestina “ganó” la etapa. Para otros, fue la Vuelta quien perdió, despojada de su ritual de llegada, esa ceremonia que cada septiembre convierte Madrid en escaparate mundial del ciclismo.
Israel-Premier Tech, en el ojo del huracán
El detonante es claro: la presencia del equipo Israel-Premier Tech en la carrera. Los manifestantes exigían su expulsión, acusando a la UCI y a la organización de legitimar con ello las políticas israelíes en Gaza. Las pancartas y consignas no se quedaron en la acera: saltaron al asfalto, interrumpieron la prueba y dejaron a la Vuelta atrapada en un campo de batalla diplomático y simbólico.
El ciclismo como escenario político
No es la primera vez. Etapas recortadas, salidas retrasadas, metas adelantadas… La Vuelta 2025 ha vivido más protestas que ataques de montaña. Y el ciclismo, ese deporte que presume de épica en la carretera, se ha visto reducido a rehén de reivindicaciones globales.
¿Debe el deporte ser un santuario ajeno a la política? ¿O es inevitable que la carretera, como la plaza pública, se convierta en altavoz de conflictos que trascienden fronteras?
La derrota invisible: los aficionados
Más allá de la épica de la protesta, hay un público que hoy se siente estafado: los aficionados. Quienes habían esperado la llegada de la serpiente multicolor a Cibeles se encontraron con ciclistas refugiados en los coches de equipo y con un podio en el aire. El espectáculo deportivo, sencillamente, desapareció.
Y sí, se podrá argumentar que la causa lo justifica, que Gaza merecía ocupar titulares. Pero lo que queda para el ciclismo es una herida: la incapacidad de garantizar que el deporte sea, al menos durante unas horas, el protagonista.
El reloj que marca la UCI y el futuro de la Vuelta
La organización se enfrenta ahora a preguntas incómodas:
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¿Habrá entrega oficial de premios? Está claro que esta tarde ya no será y ni habrá facilidad.
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¿Cómo se computará la etapa? No hay ganador como ocurriera en Bilbao.
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¿Qué medidas deben adoptarse en el futuro para conjugar derecho a la protesta con seguridad de corredores y espectadores? La historia lo dirá pero está claro que esta vuelta inédita lleve a pensar que con este tipo de conflictos que superan lo humano, no haya más que decir.
Si la UCI no actúa con rapidez y claridad, la Vuelta corre el riesgo de pasar a la historia no por su vencedor, sino por haber sido secuestrada en su propia meta.
Conclusión: ¿Quién ganó en Madrid?
Palestina logró visibilidad mundial, Israel salió señalado, la Vuelta quedó desdibujada y los ciclistas, invisibles. La Castellana fue tomada, no por un pelotón al sprint, sino por la certeza de que el deporte no es inmune a la política.
Madrid no vibró con un ataque a lo Cavendish ni con un maillot rojo cruzando la línea. Vibró con una protesta que demostró que, en 2025, el asfalto del ciclismo también es territorio de disputa.