Cuando José María habla de los inicios, las cifras bailan en pesetas: “un cochinín pequeño” podía rondar las 1.500 o 2.000 pesetas. El proceso era tan simple como agotador: comprar el ganado en las granjas, cargarlo, llevarlo al matadero de Zamora, descargar, volver a cargar y distribuir. Sin ayudas europeas, sin manuales de marketing, pero con una idea clarísima: el negocio es comprar bien para poder vender mejor.
Con el tiempo, el comercio de ganado se fue profesionalizando y aquella actividad casi ambulante se convirtió en empresa.