miércoles. 24.04.2024

Escenarios de Pasión: Ciudad del Alma

Uno llega a la plaza de Santa Lucía y se hace zamorano por devoción, por convencimiento, por que el Oh, Jerusalem entra en el alma de cada uno de los zamoranos y al acabar el silencio es el sonido más puro que uno pueda concebir.

Un forastero que llega a Zamora el Lunes Santo entiende lo que significa el silencio cuando las luces de las calles se apagan para ver pasar al Cristo de la Buena Muerte. De lejos se oye el crepitar de las teas, el sonido del fuego purificador, que reconcilia con los orígenes, que tranquiliza el cuerpo de quien presencia la escena.

La mirada del Cristo muriendo, yaciendo, recorriendo por última vez las calles de su ciudad entra a lo más profundo del alma, apaga el sufrimiento de quienes le acompañan en su dolor. Y los tambores marcan las horas, los minutos de un lunes que languidece porque ya es martes.

La hermandad entra en Santa Lucia donde media Zamora se agolpa para escuchar. Simplemente eso, callar y escuchar. Comprender la vida en las voces del coro que entona el Oh, Jerusalem. Sentir. Vivir.

Y mientras las voces se elevan por encima de la muralla, hasta el cielo, mientras nada más tiene sentido, uno puede cerrar los ojos y sentir la pureza en el alma. Estar más cerca de las piedras que componen Zamora.

Y cuando acaba el Oh, Jerusalem el silencio es más puro que nunca, el silencio es el único sonido que a uno le apetece escuchar, el sonido es la mejor forma de respetar la vigilia por un Rey.

Escenarios de Pasión: Ciudad del Alma
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