Zamora CF, Real Valladolid y CD Guijuelo le rendirán sentido homenaje mañana jugando un triangular en el que mirarán al cielo para dedicarle cada minuto de juego.
Siempre amanece. Esa frase fue el leitmotiv de Agustín en su lucha diaria. En su lucha futbolística y, sobre todo, en su lucha por vivir. Siempre amanece, como lema de vida para él y los suyos, los que sufrían con él.
Hubo un día, hace algo más de un año, en el que la tristeza, la noche, la oscuridad, se apoderó de Zamora y de muchas partes de España, pero, entre la tristeza y la pena, detrás de la cortina que forman las lágrimas, todos vieron que siempre amanece, que el sol no espera por nadie.
Agustín era un líder, como Viriato, de esos guerreros forjados en el campo que dirigen a sus huestes a la lucha. Con o sin brazalete, desde su llegada al club rojiblanco ejerció de capitán, algo parecido a lo que hizo años atrás en el CD Guijuelo. Los líderes nacen con ese carisma, con esa templanza para saber liderar a sus compañeros.
Agustín era, ante todo, un buen compañero, de esos que siempre ofrecen una sonrisa, de los que te sirven de apoyo en los momentos malos, de esos que siempre aparecen cuando se les necesita. Agus quiso volver a su casa para liderar al club de sus amores, el que nunca había llegado a vestir al formarse en las categorías inferiores del Pinilla. Quiso venir para acercarse a sus amigos, a esos que, casualidades de la vida, aún no conocía.
Un líder, como él, es el pegamento necesario para que todo funcione, la pieza que hace que se ensamble un conjunto de personas. Agus consiguió que, en los años de play-off o en los de salvación, el grupo funcionara por encima de las cuentas personales de cada uno.
Pero para ser un líder también hay que ser un hombre de club, un jugador que piense más allá de lo que piensa únicamente un futbolista. Agus supo acercarse cada mañana a María, a Jose, a Gabino, a la prensa... Agustín sabía que todos eran igual de importantes que cualquier jugador en ese engranaje, o incluso más.
Agustín traspasó la barrera que se forma entre un futbolista y el ambiente que hay alrededor. Una barrera que, según se bajan escalones en el deporte profesional, es inferior, pero una barrera que existe. Con Agustín era imposible que hubiera barrera, él la quitaba en la segunda conversación mantenida, cuando el fútbol era secundario y se hablaba de la vida.
En las victorias, casi nunca aparecía el gran capitán, las luces eran para otros; en las derrotas, siempre daba la cara el de Peleagonzalo. Sin hacer ruido, dejando que otros coparan portadas y cánticos de la afición, Agus, "el 4 de España" se fue colando en la titularidad, en el corazón de su afición y entre sus compañeros, esos que quedaron marcados para siempre.
Y con el mismo sigilo un día se acercó a todos sus compañeros antes de un entrenamiento y les dijo que estaba enfermo per que iba a luchar hasta ganar. Y ganó. Venció al cáncer una vez. Lo venció dejándose la piel como lo hacía cada domingo en el verde. Lo venció y volvió a calzarse las botas y a tener la misma sonrisa de siempre, a insuflar ánimos a sus compañeros. La vida seguía. Era verdad, siempre amanecía.
Pero la vida no quiso darle otra oportunidad, no quiso permitirle explicar a la gente que la vida está para vivirla y no para comprenderla, y la maldita enfermedad volvió a aparecer y, igual que en el fútbol, luchar y dar lo mejor de si mismo a veces no sirve para llevarse la victoria. Desgraciadamente, en la vida no hay partido de vuelta para remontar.
Agustín fue, siempre un apoyo para los que le rodeaban, esos que, el día que se vió obligado a colgar las botas, pudieron corroborar que el de Peleagonzalo era su amigo, que la relación futbolística que les unía sólo era un nexo más.
Y, si como persona era un líder, en el campo lo era igual. Desde el medio del campo, donde se comanda un ejército futbolístico, el de Peleagonzalo movía al equipo y se fajaba en el barro a partes iguales. Como un acordeón, el punto central de los rojiblancos siempre fue el 4.
Algunos de sus amigos, algunos de los muchos que desde ese día le lloran, pisarán el verde mañana para hacer lo que más le gustaba a Agustín, jugar al fútbol. Y con la pelota de por medio, con las tres aficiones que más le animaron y con sus amigos, estará presente Agus, sentado en la grada, o correteando entre camisetas rojiblancas, verdes y blanquivioletas. Cerca, muy cerca.