Gregorio Martínez ha publicado una carta pastoral con motivo del Domund, subrayando la importancia de las misiones y llamando a la colaboración con los misioneros.
El domingo 18 de octubre la Iglesia universal celebra el Domund, la jornada mundial de las misiones. Este año, con el lema “Misioneros de la misericordia”, en previsión del próximo Año Jubilar de la Misericordia que ha convocado el papa Francisco y que comenzará el próximo 8 de diciembre.
En la Diócesis de Zamora ya han comenzado los actos conmemorativos de esta jornada eclesial con una vigilia de oración que se celebró el pasado miércoles 14 en la iglesia de San Andrés de la capital, y ayer se presentaban los datos principales en una rueda de prensa.
Como es habitual, el obispo diocesano, Gregorio Martínez Sacristán, ha publicado una carta pastoral con motivo del Domund. La reproducimos a continuación:
Consagrados para la misión
Muy queridos hermanos en el Señor Jesucristo:
Como miembros vivos de la Santa Iglesia, también todos los creyentes que formamos nuestra Iglesia Diocesana queremos celebrar con intensidad y exigencia una de las jornadas eclesiales anuales más relevantes: la Jornada Mundial de las Misiones, “DOMUND”, que tendrá lugar el domingo, 18 de octubre. Este año esta Jornada misionera se enmarca dentro del Año de la Vida Consagrada que está viviendo todo el conjunto de la Iglesia, lo cual ha motivado al Papa Francisco a centrar su particular Mensaje para esta Jornada Mundial en la relación tan estrecha que se desarrolla entre la misión cristiana y la vocación consagrada.
Además en este año, en concreto a principios de diciembre, se cumple el cincuenta aniversario de la promulgación por parte del Concilio Vaticano II del Decreto “Ad gentes”, dedicado a ofrecer una visión integral y motivadora del compromiso misionero de toda la Iglesia, por lo cual debemos sentirnos invitados a releerlo. En dicho Decreto conciliar se subrayaba que la misión eclesial tiene su origen en la misma misión del Señor Jesús y del Espíritu Santo, enviados desde Dios Padre para revelar su misterio eterno de amor y vida, y con ello ofrecer el don de la salvación a todos los hombres, llamándoles y acogiéndolos en el abrazo filial del Hijo predilecto.
Esta misión salvadora, que Jesús vivió a lo largo de toda su vida terrena entre nosotros, con sus obras y palabras, la confió y compartió a sus apóstoles. Por lo cual ellos fueron, además del germen de la Iglesia, los primeros misioneros, y con su predicación fueron extendiendo la misión del Señor y enviando a nuevos misioneros.
A lo largo de la historia de la Iglesia la misión evangelizadora, siguiendo el mandato misionero del Señor Resucitado, ha sido asumida y ejercitada por las diversas vocaciones y carismas de la comunidad eclesial, sobresaliendo, en todas las épocas y contextos, la permanente y audaz implicación misionera de los cristianos consagrados. Ya que como afirma el Papa en su Mensaje para este DOMUND: “el seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la cruz e ir tras Él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y amor, a perder la vida para encontrarla”.
Esta presencia continuada y, sobre todo, la entrega tan ejemplar y generosa de muchísimos consagrados y consagradas a la misión evangelizadora no debemos entenderla como una responsabilidad que les atañe de manera exclusiva, ni preferente, respecto a las otras vocaciones que integramos la Iglesia. Sino que la vocación misionera corresponde a todos y cada uno de los cristianos, así como al conjunto de la Iglesia. Ya que a todos los bautizados nos ha elegido, ungido y enviado el Señor para ser sus testigos con nuestras palabras y con toda nuestra vida. Es decir, como se expresa y realiza cuando somos confirmados, Jesucristo nos entrega su Santo Espíritu para “consagrarnos” de por vida, a semejanza suya, para testimoniar, convencidos y valerosos, la Buena Noticia, fuente de alegría, libertad y salvación para toda persona.
Además conviene que recordemos cuál es el núcleo de la misión cristiana, para lo cual el Papa Francisco nos ofrece, en el referido Mensaje, una sugestiva formulación: “la misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo”. Esta definición conmovedora la explica de este modo bien interpelante: “cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en este mismo momento percibimos que ese amor se extiende a todo el Pueblo de Dios y a la humanidad entera”.
Lo cual conlleva una consecuencia que nos compromete a todos los cristianos, ya que “redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado y de todos aquellos que lo buscan con sincero corazón”. Esto implica que el Papa nos proponga expresamente que retomemos una vez más el centro de la misión: Jesucristo, y su exigencia: “la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio”.
A la vez en dicho Mensaje el Papa nos dirige una pregunta muy incisiva: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” Como él mismo afirma la respuesta la encontramos en el Evangelio: nuestro testimonio evangélico ha de estar dirigido preferentemente “a los pobres, los pequeños, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen cómo pagarte”. O sea, desarrollando su misión evangelizadora, la Iglesia está identificándose con los pobres, siguiendo de este modo a su Señor, con el propósito de que todos los evangelizadores nos convirtamos en “hermanos y hermanos de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios”.
Como ya enseñaba el referido Decreto conciliar misionero el testimonio cristiano también corresponde a los fieles laicos, ya que los seglares estáis llamados, “consagrados” y enviados a cooperar a la evangelización de la Iglesia y a participar en su misión “como testigos y como instrumentos vivos” (n. 41). Por ello el DOMUND constituye un estímulo para que los cristianos laicos redescubráis y asumáis vuestra vocación misionera, que en algunos, sobre todo jóvenes, puede suscitaros la decisión personal para emprender alguna experiencia temporal en lugares lejanos de misión.
Termino esta reflexión sobre la jornada misionera recordándoos y alentándoos a que todo bautizado –obispo, sacerdotes, consagrados y laicos– nos sintamos llamados a la misión cristiana, y a comprometernos en las acciones misioneras, ya sea con nuestras cualidades o con nuestros bienes, para que a todos pueda llegar el nombre de Jesucristo.
Recibid mi agradecimiento por vuestra generosidad, y mi bendición.
Gregorio Martínez Sacristán, Obispo de Zamora.