La fe sigue siendo una llamada que no entiende de edades ni de tiempos. En la Diócesis de Zamora, esa llamada encuentra respuesta en las catequesis de adultos, una propuesta pastoral que, tras más de dos décadas de recorrido, continúa ayudando a muchas personas a reencontrarse con Dios y con la comunidad cristiana.
El impulso inicial de esta experiencia nació de la mano de Juan Luis Martín, quien hace más de veinte años abrió este espacio para que hombres y mujeres pudieran completar su iniciación cristiana. Desde entonces, cientos de zamoranos han recibido los sacramentos del bautismo, la comunión y la confirmación, pero sobre todo han vivido un proceso de crecimiento interior y de redescubrimiento de la fe.
Actualmente, el responsable de esta iniciativa es Florencio Gago, arcipreste de Zamora, quien acompaña a los grupos con entusiasmo y dedicación. “La motivación inicial suele ser práctica —ser padrino o madrina de un familiar—, pero lo que descubrimos pronto es algo más profundo: la alegría del encuentro con Cristo y el deseo de seguir caminando con Él”, explica el sacerdote.
Las catequesis se desarrollan los miércoles a las 20:00 horas y los sábados a las 17:00 horas, con dos catequistas distintos para facilitar la asistencia de acuerdo con las circunstancias de cada participante. Los grupos de los miércoles ya han comenzado su andadura, mientras que el de los sábados iniciará las sesiones el próximo 8 de noviembre, tras la solemnidad de Todos los Santos.
Florencio Gago recuerda con emoción el camino recorrido a lo largo de los años: “Hemos acompañado historias preciosas: padres e hijos que han compartido juntos la catequesis, adultos que han redescubierto la fe antes de su matrimonio, personas que se han bautizado después de una larga búsqueda… Son signos de que el Espíritu sigue actuando en medio de nosotros”.
Estas catequesis de adultos representan, según el arcipreste, una manifestación viva de la misión evangelizadora de la Iglesia, un espacio de escucha, acogida y acompañamiento donde cada persona puede experimentar la ternura de Dios y asumir el compromiso de vivir la fe en comunidad.