Lavar las sábanas con regularidad no es solo una cuestión de higiene: también es una forma de prevenir numerosos problemas de salud. A pesar de que muchas personas alargan esta tarea más de lo recomendable, los expertos en microbiología y dermatología coinciden en que la ropa de cama debe cambiarse como mínimo una vez a la semana.
Durante el sueño, el cuerpo humano desprende sudor, células muertas, restos de cosméticos y otros residuos que se acumulan en los tejidos. Esa combinación crea un entorno perfecto para el desarrollo de bacterias, hongos, virus y ácaros. Estos últimos, invisibles a simple vista, se alimentan de la piel muerta y proliferan especialmente en condiciones de calor y humedad.
La acumulación de estos microorganismos puede derivar en reacciones alérgicas, crisis asmáticas, infecciones cutáneas e incluso gastrointestinales. Entre las dolencias más comunes relacionadas con una mala higiene de sábanas se encuentran la tiña, la foliculitis o la dermatitis, así como el empeoramiento de afecciones previas como la psoriasis o la rosácea. También se ha detectado un repunte de sarna en entornos donde conviven varias personas, como residencias, pisos compartidos o familias numerosas.
Para evitar estos riesgos, se recomienda lavar la ropa de cama con agua caliente —por encima de los 60 grados— durante al menos 30 minutos. Usar detergentes adecuados y, si es posible, añadir desinfectantes específicos puede aumentar la eficacia del lavado. Además, una buena ventilación diaria del dormitorio ayuda a reducir la humedad y a impedir que los ácaros se desarrollen con facilidad.
Cambiar las sábanas con frecuencia y mantener una buena rutina de limpieza no solo mejora el descanso, sino que también protege la piel y el sistema respiratorio frente a amenazas invisibles que conviven cada noche con nosotros.