PREGÓN SEMANA SANTA. ZAMORA, 9 ABRIL, 2017-03-05
"DE FAMILIA, AMISTAD Y AMOR"
Excelentísimo y Reverendísimo Señor obispo.
Señora presidenta de la Junta Pro-Semana Santa.
Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades.
Cofrades y amigos todos.
Para mi Zamora es sinónimo de familia, amistad y amor. Siempre está presente uno de estos tres ingredientes en cualquier reflexión, en cualquier conversación o recuerdo que incluya la idea de Zamora. Mi idea de Zamora. Vaya por delante -amigos de esta tierra que me vio crecer, que me enseñó quién soy, de verdad, y que me señaló, para siempre, dónde están mis amigos, los de verdad, la familia, que nunca me abandona, y el amor, con mayúsculas: AMOR- vaya por delante decía, que hoy más que nunca os estoy agradecido.
Es un honor, para el que no tengo palabras suficientes que puedan adjetivar con éxito, un honor tan grande pregonar a la mejor Semana Santa del mundo, que solo puedo deciros: ¡Gracias!
Gracias por tantas cosas, tantas como he aprendido a vuestro lado. El valor de lo auténtico, el valor de la verdad, de la sinceridad. El valor que conocemos y respetamos en esta tierra más que en ninguna otra de llamar a las cosas por su nombre. "Al pan, pan y al vino, vino". El valor de mirar de frente y a los ojos, de saber que no hay nada que temer cuando no hay nada que esconder y que desde la autenticidad, la cercanía a la esencia, a la tierra, a nuestra tierra, todo saldrá bien, aunque a veces cueste tanto.
Hay días, cuando las cosas parecen no tener solución, o, simplemente, cuando cuesta conciliar el sueño, días en que cierro los ojos y trato de pensar en imágenes agradables. En mi esforzado sueño dibujo la silueta de una calle estrecha, al fondo asoma siempre el cimborrio de la catedral. Es invierno y hace frío... y hay niebla. Huele a noche cerrada y fría. Hay quien se preguntará a qué huele el invierno. Nosotros sabemos de sobra que Zamora huele a niebla y río Duero, huele a esas tardes de paseo y niebla por la Rúa hasta la Catedral. Huele al verdor de los jardines del Castillo. Huele a aquellos paseos cogidos de la mano con los primeros amores, a besos furtivos en el Troncoso, y juegos de enamorados por la plaza los Ciento, o por Fray Diego de Deza, a piedra fría en el mirador, o caliente en Trascastillo, o en los Cubos, o en la Peñatajada, o a carne asada en los Herreros por la mañana, y a alcohol destilado por la noche... Por las calles estrechas de nuestro casco antiguo, huele a los años en que los amigos del Instituto salíamos a correr para entrenar –entre nieblas- a nuestro desastroso equipo de fútbol sala (a pesar de lo cual, por accidente, casi ganamos el título).
Huele a esos paseos invernales en los que discutíamos sobre cómo íbamos a cambiar el mundo –porque nadie tenía ninguna duda: "íbamos a cambiar el mundo"-. Zamora en invierno, en mis recuerdos, sigue oliendo a risas, amigos y sueños.
Hasta que llega el Domingo de Ramos. Los olores de las calles de Zamora son distintos y únicos desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Entonces Zamora huele, ya lo sabéis, al caramelo de las almendras garrapiñándose en esos puestos callejeros en la calle Santa Clara. Huele a cera derretida y pegada a las baldosas de un suelo que durante meses sonará a partido de baloncesto (al frenar en seco de unas zapatillas sobre el parqué de una cancha). Así suena Zamora.
Zamora –estos días- huela a almendras garrapiñadas, y después huele también a las aceitadas y las cañas zamoranas, las sopas de ajo y el "dos y pingada". Zamora huele a buen comer, de eso no hay duda, pero también a la alquimia imposible de los besos de mi madre cuando era niño, porque en cuestión de perfumes la cosmética ha avanzado mucho, pero entonces la cercanía de una madre se intuía por aquella agua de rosas mezclada con saliva que lo mismo servía para limpiar una mancha en la cara que para curar un arañazo o hasta para frenar las ínfulas expansionistas del remolino trasero de mi pelo.
También huele Zamora en Semana Santa a las llamadas inesperadas de los amigos al portero automático y a cualquier hora, porque en Semana Santa se puede –y se podía- llamar a cualquier hora –eso nos encantaba-. "¿Baja Sergio?" preguntaba cualquiera de ellos. "Enseguida", contestaban resignados unos padres que verían multiplicada la acción por tres. Eran los amigos. Siempre había uno que se lo sabía todo sobre esta o aquella procesión.
"Que dice mi padre que vayamos a verla justo en la bajada, en Santa Lucía, o junto al Arco, o que bajemos a Olivares, o en los Cubos, o esta tarde bajan el Cristo, o a tal hora entregan el paso, o la Reverencia... pero que vayamos pronto porque se llena," siempre se llenaba pronto. Ser semanasantero zamorano, es –por cierto- la mejor manera de aprender lo que significa ser puntual.
¿Cuántas veces no os han dicho a vosotros mismos estas mismas frases? Con el paso de los años, seguro que ahora sois vosotros los que reproducís los mejores secretos de Semana Santa a vuestros propios hijos, que son los que ahora descubren los "trucos familiares", a su vez, a otros amigos... es lo que, con el paso de losaños, llamamos TRADICIÓN. Nos encantan las tradiciones en Semana Santa por eso, porque nuestras tradiciones tienen que ver con nosotros, porque nos unen a las raíces, porque nos recuerdan a nuestros padres y amigos, porque nos permiten emular el modo exacto en el que el abuelo o la abuela nos decía aquello de: "hala hijo, venga, ahora nos peinamos bien y a la calle, que verás qué bonita es esta procesión".
No son extrañas las críticas a las tradiciones de ésta o cualquier otra conmemoración por aquello de que "no hay que seguir haciendo las cosas siempre igual que siempre por la única razón de que siempre se han hecho así". Eso es cierto. Claro que hay que innovar, buscar fórmulas nuevas para hacer mejor las cosas, sin perder las esencias. A nada debemos cerrarnos. Escuchar al otro, mantener los ojos abiertos y aprender de los que pueden enseñarnos cosas nuevas. Son máximas que esta tierra siempre ha tenido muy presente. Aquí, cuando hablamos de TRADICIÓN, hablamos de la capa parda que mi amigo Luís tiene la suerte de llevar porque la portaba el abuelo, y después el padre, y ahora, después de tantas cosas pasadas, después de tantas cosas vividas, la lleva él, y cuando sale en procesión con la capa, que ahora lleva Luís pero que antes llevaba su padre, y antes su abuelo, no sólo sale en procesión Luís, también dedica unas cuantas horas a recordarles a ellos, solo, junto al río, a pesar de la multitud, sale solo, sin ruido, sin llamadas, sin whatsapp's. . Una tradición cristiana y popular que se hace vida en las capas, pardas como la noche, con sus matracas y su bombardino, que nos ofrecen un viaje al pasado, nos permiten orar al estilo de esta tierra. Con los atuendos populares, rinden culto a Dios de la manera en que mejor lo saben hacer. Es la Hermandad de Penitencia del miércoles,tradición en sí misma. Aquí, cuando hablamos de tradición, hablamos de nosotros, de cómo fue que empezó a sonar el bombardino en aquella procesión, de cómo fue que empezaron a sonar los clarines en el silencio, de cómo empezó "el barandales" a abrirse camino al inicio de cada peregrinaje o cómo nació el Merlú en las madrugadas del jueves santo, para despertar a todos los hermanos o para anunciar la asamblea. De cómo empezaron los primeros, de cómo decidieron que salían en procesión así lloviese o diluviase, de por qué en "la Mañana" hay parada en las Tres Cruces y por qué iban las familias con las ollas y las sopas de ajo, para dar calor y ánimo a los hermanos, que reponían fuerzas para seguir y para hacernos sentir a todos orgullosos, horas más tarde, más allá de la Plaza Mayor, orgullosos "del baile del cinco de copas" que nos transporta a otra época, y orgullosos de ellos, de nuestros hermanos. Aquí, cuando hablamos de tradiciones, es que hablamos de nosotros.
Y todo este conjunto de pequeñas y conocidas tradiciones nos vinculan estrechamente con LA GRAN TRADICIÓN porque, como sabéis, la Tradición es una de las categorías fundamentales para todas las religiones, y de un modo especial, para los cristianos.
Mirad, aunque no todos vivimos estos días de Semana Santa de la misma forma, desde la misma perspectiva, quiero hoy, aquí, ante vosotros, amigos, hermanos... quiero evocar la palabra "respeto" como ese patrimonio que a todos nos pertenece y entre todos debemos cuidar. Respetar al otro, a la "alteridad", con sus ideas, sus particularidades, sus formas de ver el mundo, de entender las cosas. Sus ideas, sus tradiciones, su modo de celebrar la vida.
Respetar al otro sin pedirle nada a cambio. Sin tener que tolerar nada porque aceptar la existencia de los demás no debe exigir, ni si quiera, el esfuerzo de tolerar nada, ni a nadie. Los demás existen, y piensan libremente, por derecho propio, sin pedirle permiso al resto. Zamora en Semana Santa es, también, un bello ejercicio de respeto por parte de todos. De quienes viven esta semana desde la pasión, muerte y resurrección de Cristo, representada estos días en infinidad de gestos, símbolos, paisajes, detalles y olores... hasta quienes la viven por la intensidad de unas calles que se llenan de vida, bullicio y folklore. Una semana que se puede, y se debe vivir, también desde "las ganas". Las ganas de reencontrarse con amigos, con familia, con esa comida que los hermanos de paso celebran cada año, al mediodía, antes de "procesionar" para coger fuerzas, intercambiar experiencias, anécdotas, historias pasadas y deseos de futuros proyectos, celebrando la vida. Todo cabe. Todo junto, desde tu perspectiva y la del otro, desde tu pasión y la del otro, desde tu posición y del otro, todo junto, todos juntos, estos días, por nuestras calles es un bello ejercicio de respeto que me gusta y me emociona.
Un ejemplo del que me siento muy orgulloso, como vecino de esta ciudad, pero también como ciudadano contemporáneo de un mundo al que, a veces, se le está olvidando conjugar un verbo que aquí, en Semana Santa más que nunca, practicamos: Amar.
Amar es respetar y conocer al otro y para conocer no hay nada más eficaz que preguntar y escuchar. Me cuentan los hermanos, con quienes me gusta hablar estos días, como mi buen amigo Fernando o Israel, mi hermano –de sangre-, que para ellos, desde la fe, la TRADICIÓN es seguir haciendo aquello que en un principio fue comunicado por aquellos que vivieron con Cristo, los Apóstoles, y que, a los seguidores de "la barca", les pidieron que conservaran y siguieran combatiendo por la fe lo que les fue dado una vez para siempre. Me cuentan mis hermanos que a través de la tradición se ha mantenido la luz que les recuerda que han sido perdonados primero, para ser salvados después. Y es esto lo que ellos, y muchos más, celebran estos días en la semana Santa. Celebran y recuerdan la pasión de Cristo, donde se manifiesta todo el misterio (pasión, muerte y resurrección) de quien vino a salvarles.
Como decía, esta manera de entender la tradición se escenifica fabulosamente en el canto del Miserere desde la plaza de Viriato, al paso del Cristo Yacente, en el momento en el que los hermanos (algunos de ellos amigos míos) empiezan a cantar el miserere, mientras el Cristo da la vuelta a la plaza...
El canto del Misesere, es uno de los instantes que me han transformado. El brutal impacto que produce en la persona el multitudinario silencio, 5000 personas que calladas esperan la llegada del Yacente, emociona con solo el recuerdo. Pero quienes los ven, o lo vemos todos los años, podemos decir que el canto, apelando a la misericordia divina, que los hermanos del coro de la Cofradía hacen esa noche, es en sí mismo, un grito de súplica por la imperfección y la incoherencia humana. No solo por la letra:
"Misericordia Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa"... La insuperable belleza estética, hace comprender perfectamente porqué era tan importante para la Iglesia antigua la belleza artística que se le tributa a Dios. No se puede hacer de cualquier manera, del mismo modo que uno no se viste de cualquier manera cuando va a ver a su novia, o va a celebrar algo importante, cuando uno se dirige a Dios, es preciso ofrecer la mayor belleza y perfección que uno es capaz. Y en ese momento, Zamora no le dedica cualquier cosa al Señor. Ante su imagen yacente, todos guardan respetuoso silencio y dejan que el gregoriano y la polifonía hablen por ellos, para decir: "aquí estoy, Señor perdona mis faltas y pecados".
Precioso y emocionante como pocos el momento que nos regala la cofradía del Yacente. Es el Miserere un grito de salvación, en el que el hombre reconoce su debilidad y le pide al Señor que le perdone. Que perdone su incoherencia, su miseria, su egoísmo y su culpa... Un momento que traspasa, que ayuda a entender la trascendencia de un Dios que se hace piedra. En Zamora, esa culpa se hace presente desde el Viernes de Dolores, que, con el Cristo del Espíritu Santo, expresa la oscuridad del pecado con las carracas, la campana, los faroles y las cajas destempladas que evocan el "oficio de tinieblas". Una forma que se vive en la joven cofradía del Espíritu Santo, con sus cantos en latín y su imagen, soberbio Cristo, joya gótica que emociona ver desfilar. Una forma sobria pero profundamenteemocional de representar la maldad de un hombre que mata a su Dios, un Dios que muere para vencer a la muerte, la última y más grave consecuencia del pecado. Dios muere por los pecados, muere como consecuencia de esos pecados y, a la vez, muere para librar a los hombres de ellos. Como diría san Pablo, el que no tiene pecado, "se hace pecado". Esto es lo que aquí se conmemora, Cristo no carga con nuestros pecados de forma abstracta. Carga con ellos, y asume su abismal consecuencia, la soledad, manifestada como la ausencia del Padre que hace patente Cristo al gritar, "Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?".
La Soledad es uno de los iconos de esta Semana y, si me lo permitís, de la ciudad. Dice la tradición que la imagen de la Soledad, representa la imagen de la fallecida hija adolescente de nuestro imaginero más popular, D. Ramón Álvarez. De lo que si estoy seguro es de que la imagen la realizó con un inmenso cariño, porque la Virgen de la Soledad, y su procesión el sábado, preciosa con el manto negro, a punto de descubrir que su hijo vuelve de la muerte, y rodeada de un pueblo, es, sin más, la imagen perfecta, la metáfora perfecta, de lo que una madre puede sentir por su hijo, en un momento como ese. Custodiada por las mujeres de la ciudad, que acompañan su dolor con fidelidad y un cariño que lo contagia todo. La Soledad, practica un rictus en su rostro, más calmado.
Lejos ya del que vimos el viernes en Nuestra Madre de las Angustias, que como la Piedad llora el desconsuelo de un hijo muerto. No se me ocurre mayor angustia. Por eso Nuestra Madre congrega a tanta gente, por eso todos quieren acompañarla, porque lo que muestran los zamoranos esa noche, como tantas otras, es AMOR, y un amor grande, como el que el pueblo regala a sus hijos, pero también a sus padres. Un amor que genera el mayor milagro que es la fe. Dios asume todos los pecados humanos, toda la imperfección humana. Además de asumir todo ese pecado (presente, pasado y futuro), perdona, y lo expresa: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Este es el milagro que hace de esta tierra un acto de fe. Una fe enraizada en la tierra, en una tierra dura, como la piedra, hecha cruz en el cementerio de San Atilano, donde los hermanos de Luz Y Vida, recuerdan a los muertos de la Semana Santa, en un homenaje necesario, y que nos recuerda de modo perenne que la vida muchas veces es seca como la arena, y es esta sequedad la que hizo crecer un pueblo con capacidad de prosperar y pelear contra la adversidad.
Decía un viejo profesor, que la disciplina otorga libertad... Es entonces mi Zamora, la Zamora de mis mayores, una tierra pródiga en libertades, de esas que solo pueden obtenerse desde el sacrificio y el esfuerzo. El martes es un buen ejemplo de cómo se vive aquí. En Zamora vivimos el recuerdo de lo que nos da esta tierra en el Vía Crucis, el camino del Calvario en la tarde, cuando el Nazareno vuelve a San Frontis, y parece marcharse de la ciudad como lo han hecho durante muchas generaciones de emigrantes, y aún hoy lo seguimos haciendo. Las soberbias cornetas que nos llaman con los tambores, (maravillosa banda) rasgan el silencio del atardecer, y nos anuncian que Jesús se va.
Aunque sabemos que no es para siempre, nos queda el regusto amargo de los que se siguen marchando, y que como él, vuelven cada Semana Santa. Y como cada martes santo, y ya por la noche, la agonía de un Cristo que entrega su vida al Padre, reza con las Siete Palabras, su legado final, que aún en el cadalso, perdona.
Las cajas destempladas, los pies descalzos, y la calavera a los pies de la Cruz, nos anuncian de forma magistral, como solo algunas cofradías lo saben hacer, la muerte más cruel, pero con la esperanza de la vida. Felicidades también a la Cofradía de las Siete Palabras en este su 50 aniversario.
Y después del duelo, el entierro. El jueves, en Zamora es un día de fiesta, pero no de una fiesta cualquiera, la segunda más importante del año, la primera, es como no, la Resurrección. Pero el jueves es un día de encuentro con amigos. No sé cómo nos las arreglamos, pero siempre el jueves tarde tenemos plan, y plan de los buenos, de merienda y de formidable espectáculo que supone la Vera Cruz. La más antigua de la Cofradías de nuestra Semana Santa, y sin duda las más pedagógica, si me lo permitís. Y así del jueves pasamos al viernes con el entierro, el Santo Entierro, que este año desfila con más seguridad que nunca, con desfibriladores y plan de emergencias, que no es más que un signo de evolución y de que la Cofradía también se sigue preocupando por los demás. De pequeño siempre me impresionó la urna, o más bien la escolta de
los soldados que desfilan con ella, ese porte militar rinde todo un homenaje de respeto profesado al Señor. Es un momento imprescindible, y de los que más intensamente vive Zamora como sociedad, como familia en el sentido más amplio de la expresión. La familia y los amigos son dos de los lugares privilegiados donde el amor se hace concreto, se hace carne. Al igual que Cristo, por Amor, se entrega para hacernos libres. Es en la familia y en los amigos donde recibimos el amor de forma desinteresada. Ni nuestros amigos ni nuestra familia nos quieren por ser quienes somos, ni por tener lo que poseemos. Sencillamente nos quieren porque somos hijos, hermanos o amigos, y eso es todo, por eso es puro y por eso es verdad.
Son estos dos ámbitos, donde se forja nuestra historia personal, donde aprendemos a amar, donde nos sorprendemos -que no es fácil- y descubrimos que amar muchas veces es sinónimo de sacrificio. El amor nos hace vulnerables y –a la vez- nos enseña que es por amor, por querer y porque nos quieran, por lo único que–después de todo- merece la pena luchar.
Desde este horizonte podemos entender aquellas palabras, quizá demasiado oídas, pero quizá poco reflexionadas, aquellas que decían que Dios es amor y lo es hasta el extremo de entregar su vida por nosotros.
En nuestra historia personal, la de cualquier zamorano, vamos creciendo con la Semana Santa de fondo. Muchas veces no entendemos, o no nos detenemos a pensar, pero desde lo más profundo de nuestro corazón brota la intuición de que ahí hay algo que es real, que es verdad.
Es hoy mañana de gloria, y montado en un borrico se nos ofrece como en sacrificio para morir en una semana. Es Dios mismo el que entre nosotros aparece para vencer al miedo. Para redimir al que sufre y para morir si es preciso y mantenerse firme y vencer a lamuerte. Hoy, día entrañable, de protagonismo infantil, desfila Cristo montado en un borrico, la borriquita, vetusta cofradía que ofrece abolengo con vitalidad, cualidades muy poco comunes juntas, y nosolo por la energía de los niños, sino porque estamos empezando nuestra Semana Santa, y se vive esta procesión con un ímpetu animado y contagioso.
Como pregonero tengo el honor de anunciar, que vuelve la mayor de nuestras fiestas, la que en Zamora se vive en silencio, porque en silencio se viven los momentos íntimos, y los momentos del dolor, en la intimidad que proporciona el silencio, se vive y se muere. Un silencio que el miércoles se hace reflexión y procesión. El rojo, colorde la vida, y el blanco de las estameñas, cuando el sol declina y las velas se encienden, los hermanos del Silencio juran a Dios que su silencio es un acto de fe, de respeto profundo, de expiación de injurias en la noche de un Cristo muerto, cuyas injurias queremos compensar. El Cristo de las Injurias, es un exponente de que la riqueza artística y el Patrimonio cultural no está reñido con la devoción popular. ¡Cuantos amigos desfilan en silencio el miércoles!
El olor de la multitud y del humeante incienso, con las llamas de las velas en la plaza de la Catedral, entre el tañido triste de la campana que toca a muerto, vivifica en los que participamos del momento, un encuentro privado con el Señor, pero en multitud, otra vez en multitud.
Es Zamora, mi amada tierra, la que me empuja a volver, año tras año al encuentro con los míos, a disfrutar de la familia, la amistad y el amor inconmensurable que despierta en mí este encuentro, y que no puedo expresar con suficiencia. A veces me duele la tierra,porque, como a mi familia, la veo cada vez menos, y como el amor, me viene como una marea de sentimientos que se me agolpan en el pecho, y mucho más en Semana Santa. Veo a Cristo, que transporta su humanidad por las calles y las noches, con su descarnada figura, entre las piedras centenarias de los templos y tiemblo de pensar en las vidas de los que han contribuido a que yo hoy pueda observar estas escenas. Veo a la Virgen, y veo la emoción de los zamoranos con su paso, y cómo en la calle todos admiran con respeto reverencial el paso de la Madre, y cómo los cargadores, nos hacen vivir su paso y nos hacen sentir tantísimo a través –sirva como ejemplo- de su simple caminar. Y no es por casualidad, porque en esta tierra nada se hace porque sí, y la estética siempre responde a la ética. Lo que se vive en la calle en Semana Santa es Zamora misma en su esencia más genuina. Se nos conoce por lo que hacemos estos días, y porque en Zamora en Semana Santa ofrecemos lo más íntimo de nuestro espíritu en forma de procesión.
Es ese valor de lo sagrado, que pude experimentar desde niño en Semana Santa, y de lo que aprendí tanto, como que las cosas importantes de la vida a menudo te hacen esperar, o como que hay algo que no puede explicarse con palabras pero que es muy grande y a lo que hay que tener mucho respeto, y que hasta el menos creyente, se da cuenta de que cuando una multitud está en silencio es porque algo grave pasa, y hay muchos momentos así en nuestra querida Semana de Pasión.
No dejo de recordar el lunes por la noche, en el que la imagen sobrecogedora del Cristo de la Buena Muerte, sale del templo para mostrar su sacrificio. Las teas encendidas son testigos y advertencia constante de que estamos dejando morir a Dios. El "Oh Jerusalem", es un cántico que nos pide atención "Oh vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte: Si est dolor similis sicut dolor meus": (traducción) "Oh vosotros, todos que pasáis por el camino, escuchad y ved si existe dolor semejante al mío". El momento de canto del Jerusalem el lunes, es la intensidad misma que intenta hacer caer en la cuenta del sacrificio del dolor del Hijo que se entrega por los demás.
"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos". (Juan 15, 12-17). Esa frase es mi Semana Santa. Por más cansado que esté, por menos ganas que tenga de más actos públicos, y os aseguro que debido a mi profesión son unos cuantos, en Semana Santa y en Zamora, siempre apetece estar en la calle y con la gente. Siempre hay ganas de salir y perderse por las calles y esperar de pie, comiendo pipas –claro- y compartir todo esto conmis amigos.
Una Semana que a pesar de las tradiciones, avanza, y avanza en el buen sentido, porque se conserva lo bueno y se mejora lo menos bueno. ¿Quién iba a decir a los cofrades de hace 50 años que habría desfibriladores bajo los pasos, que el Miserere se retransmitiría en directo y por televisión, o que la Junta pro Semana Santa tendría a una mujer como presidenta? Cambia, evoluciona, pero siempre con criterio, conservando lo mejor y tratando de superarse cada primavera.
Es la Semana Santa, a la que no faltan detractores, un ejemplo de éxito, porque cada año no sólo congrega visitantes y turistas, sino que nos cambia el corazón y nos empuja –al menos esta semana- a mirar hacia dentro, y pensar en la familia, porque la Semana es encuentro, y nos obliga a pensar en la amistad, porque es imposible no pensar en los amigos, o vivir la amistad en el ambiente de hermandad que se respira estos días, y por qué no reconocerlo nos empuja a reflexionar en el amor, más allá de que en Zamora todos encontramos nuestros primeros amores en Semana Santa, porqueson días propicios, porque se despiertan sentimientos que no se viven el resto del año y porque estamos en primavera. Esto me transporta irrevocablemente al jueves santo, que congrega a los creyentes al encuentro con la Esperanza más allá del puente de piedra. He de reconocer que de jóvenes -de más jóvenes- íbamos el jueves a ver a las damas, para contemplar su belleza –claro- y porque, con el paso del tiempo, esa belleza no solo se habita en las damas que acompañan a la Virgen, sino también en la propia imagen, y su manto verde, que desde temprano, y mira que cuesta madrugar ya el jueves, el momento que la Virgen pasa por el puente de piedra es también insuperable. Y porque de un modo extraño, el amor con mayúsculas, el AMOR que traspasa los muros, el que calienta los hogares y supera las adversidades, el amor limpio, el verdadero amor, lo impregna todo en estos días, porque como dice el propio Evangelio: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Juan 3, 16). Y todo ese amor junto, concentrado en estos días transforma la sociedad, y cambia las mentalidades, y hace que los problemas en amor, amistad y familia sean menos problemas, y hace de esta, una tierra de amor.
Un amor callado, silencioso, a veces sobrio como el vino de esta tierra, sin alardes, excesos ni lujos, pero eso sí, entregado y sincero como el que los buenos amigos se profesan. Es esta tierra, muy noble y muy leal, y eso también es tradición. Y es así, no solo porque un rey lo decidió, (Enrique IV de Castilla, en el año 1465) sino también porque somos herederos de los que ganaron la tierra a base de trabajo, de los que con su sacrificio construyeron un lugar imprescindible para mí, y a la que mi memoria estará –lo quiera o no- siempre ligado. Somos herederos también de aquellos que pelearon hasta la extenuación, por mantener siempre alto el pabellón de nuestra enseña bermeja, que desde Viriato, ésta ha sido también tierra de soldados, como los que fundaron la tercera caída, ejemplo vivo de la devoción popular que los zamoranos profesan, y que en una ciudad con el pasado militar de Zamora se hace presente en forma de hermandad, con un estilo marcial que exalta las emociones en su homenaje a los fallecidos, el lunes en la plaza Mayor. La tercera caída con su excepcional colección de cruceros de Coomonte, que ya ha hecho historia, pero estoy seguro de que aún hará más.
Es Zamora una tierra muy noble y muy leal, y permitidme que añada, y muy entrañable, porque la llevo en las entrañas y gracias a la Semana Santa, hoy también en el espíritu. Y no, no es nuestra Semana Santa sinónimo –sólo- de vivencia cristiana con la que muchos amigos y hermanos la viven y la sienten. A ninguno de vosotros hace falta que yo explique el orgullo con el que los que somos de aquí vivimos -y contamos- cada detalle de cada pequeña costumbre que hay en cada rincón de nuestra Semana Santa. A veces, para muchos, es el mensaje el protagonista de estos días, pero es también –y lo sabemos y lo cuidamos- el continente. Las formas, la elegancia, la sobriedad -a veces- y la belleza –siempre- de la liturgia, que no es otra cosa que el gusto por la belleza estética, también cobra su importancia estos días.
Así que dejadme que os diga que Nuestra Semana Santa declarada de Interés Turístico Internacional, lo es –también- por el patrimonio artístico, cultural y gastronómico que ofrece estos días, no solo la capital, sino toda la provincia de Zamora. Y es parte (una parte muy importante) de nuestra cultura, de nuestro folklore, de nuestra historia. Así que no solo tenemos el orgullo, sino también la obligación de proteger, cuidar entre todos, esta (que lo es) la mejor Semana Santa del mundo.
Son muchas y diferentes nuestras Semanas Santas, así que no es de nadie porque es de todos...y al decir esta frase me acuerdo de nuestro poeta Claudio Rodríguez... "Como si nunca hubiera sido mía" ¿os acordáis?
Como si nunca hubiera sido mía...
Como si nunca hubiera sido mía,
dad al aire mi voz y que en el aire
sea de todos y la sepan todos
igual que una mañana o una tarde.
Ni a la rama tan sólo abril acude
ni el agua espera sólo el estiaje.
¿Quién podrá decir que es suyo el viento,
suya la luz, el canto de las aves
en el que esplende la estación, más cuando
llega la noche y en los chopos arde
tan peligrosamente retenida?
¡Que todo acabe aquí, que todo acabe
de una vez para siempre! La flor vive
tan bella porque vive poco tiempo
y, sin embargo, cómo se da, unánime,
dejando de ser flor y convirtiéndose
en ímpetu de entrega. Invierno, aunque
no esté detrás la primavera, saca
fuera de mí lo mío y hazme parte,
inútil polen que se pierde en tierra
pero ha sido de todos y de nadie.
Sobre el abierto páramo, el relente
es pinar en el pino, aire en el aire,
relente sólo para mí sequía.
Sobre la voz que va excavando un cauce
qué sacrilegio éste del cuerpo, éste
de no poder ser hostia para darse.
Recuerdo un día, hace muchos años, era Semana Santa y yo era niño. Preparaba una poesía para recitar en público, en el Salón de actos del edificio de la Junta de Castilla y León que hay al lado del "Instituto Maestro Haedo", en el que, por cierto, años más tarde, yo estudié. Preparaba una lectura en público, ante muchos espectadores. Ya de niño la poesía me encantaba. Me gustaba recitar poesía en voz alta (en casa) porque, aunque casi nunca la entendía, me encantaba cómo sonaba. Era música. Así que me gustaba leer poesía y –francamente- no lo hacía del todo mal. Pero el simple hecho de ponerme en situación, de imaginar que tenía que subirme a aquel enorme escenario, de imaginar que las luces se apagarían y que un enorme foco me alumbraría –solo a mí- mientras el salón se haría silencio y todos me mirarían atentos, aquello me asustaba. El susto provocaba que me confundiera, en los ensayos, al leer en voz alta (y esto no me solía ocurrir), a pesar de que se trataba de ensayos domésticos, la escena me empujaba a atropellar la lectura para acabar cuanto antes y así poder bajarme rápido de aquellas tablas. Hasta que mis padres (aquella Semana Santa) me dieron un consejo que no olvidé nunca, es más, un consejo que –creo- me ha marcado para siempre. ¿Qué tal si cambiamos la perspectiva, Sergio? ¿Qué tal si en lugar de sufrir, disfrutamos? ¿qué te parece si empiezas a escuchar la música de la poesía –que tanto te gusta- desde que subes los primeros escalones hacia el escenario? "clac, clac, clac" ¿por qué no pruebas a subirte a lo más y situarte en el centro de ese escenario por derecho propio, y esperas a que el foco te encuentre, y miras al auditorio, y te tomas todo el tiempo del mundo para que el silencio del respetable sea completo y ahí empiezas a disfrutar de tu lectura? Piensa –Sergio- que para bien o para mal ya estás ahí. Ha llegado el momento, ahora tú tienes que recitar y ellos tienen que escucharte. La pregunta no es cuánto tiempo vas a tardar en terminar sino cuánto tiempo van a tardar en olvidarte. Así que no tengas prisa, tómate tu tiempo y disfruta. Pásatelo bien ahí arriba.
Y yo, como soy muy disciplinado, fui y lo hice, sin más. Recuerdo que al bajar pensé que nunca más quería dejar de escuchar aquella música y que nunca más quería dejar de disfrutar de aquella manera. Ese fue el consejo de una Semana Santa cualquiera y me acompaña cada día.
Recuerdo otra Semana Santa, era Domingo de Ramos, y ya he contado en varias ocasiones, en público, cómo preparaba mi madre el Domingo de Ramos. Se esforzaba todo el año para que aquel día mis hermanos y yo fuéramos, como todos los niños, "de estreno". "Perpetraba", diseñaba, con la colaboración inestimable de "la modista", unos modelos pantalón corto, pajarita y "calcetines de agujeros" maravillosos que, además, en el caso de los dos mayores (Óscar y yo) añadíamos el privilegio de poder compartir modelos idénticos. Debía tener cierta gracia –digo yo- que pareciéramos gemelos. Si es así, madre, prueba conseguida, algunas fotos dan fe de que lo parecíamos. Pero recuerdo un año concreto, después de todo aquel esfuerzo, meses preparando la indumentaria familiar para estrenar en Domingo de Ramos, mis padres cometieron un error de principiantes: "niños esperadnos en la calle que ahora bajamos los mayores, y no os manchéis". "Niños", "calle" y "no os manchéis" en la misma frase. Era a todas las luces una misión imposible. Y lo fue. Recuerdo su cara de estupor cuando, al bajar, tan solo unos minutos después, comprobaron cómo al que no le sangraba la rodilla, le faltaba la pajarita y al que no le faltaba la pajarita había cambiado el blanco nuclear, original de la camisa, porun bonito estampado color "barro de la calle", muy propio de niños que juegan en la calle, pero no de niños que estrenan en Domingo de Ramos. Se mascaba la tragedia pero no se consumó porque, como les suele pasar a los padres, les pudo más el amor que el enfado y, al fin y al cabo, nuestra condición de niños, imagino, que a mi madre le bajó esos repentinos aires "prêt-à-porter" que le había contagiado últimamente "la modista" y que creo que ya nunca, después de aquello, volvió a recuperar. La cosa acabó con un ataque de risa y un rápido cambio al traje habitual de los domingos (porque antes todos teníamos ropa de "los domingos"). Nadie notó la diferencia y nosotros éramos igual de felices.
La penúltima anécdota se escribirá, como cada domingo de Resurrección, el próximo domingo. Tendrá lugar en el balcón del salón de mi casa. Será temprano, estaremos todos dormidos y, mucho antes de escuchar a la banda que acompaña a la Virgen, que sale de Santa María de la Horta, en mi barrio, los de casaescucharemos gritar a mi madre, cual improvisado Merlú: "venga que ya sale la procesión, todos arriba". Preparará el desayuno, abrirá de "par en par" las ventanas (haga el frío que haga), asignará, como el acomodador en el teatro, un puesto a cada residente esa noche en casa (invitados y forasteros incluidos, por supuesto) y se asomará al balcón para decir, seguidas, todas las frases que repite cada año: "qué bonita es la virgen, y qué manto", "y con lo que pesa, madre mía, qué sufrimiento subir la cuesta". Y así todos los años.
Después desayunaremos, otra vez, subiremos a la plaza y a la hora debida tomaremos el "dos y pingada" porque no hay Semana Santa sin "dos y pingada". Ahí, justo ahí, nos daremos cuenta de que pronto toca coger el coche y salir en estampida de vuelta a los oficios cotidianos, con el cuerpo "cogido con alfileres", por el cansancio, y la sensación de que ahora necesitaríamos una semana más para descansar de la Semana Santa. Y ahí, justo ahí, nos daremos cuenta de que esta Semana Santa ha terminado.
Y será entonces cuando dejaré de nuevo Zamora y me volveré a Madrid y alguien -que no sabe nada de la Semana Santa, ni de Zamora- me increpará, muy seguro de sí mismo: "tanta Semana Santa, tanta Semana Santa, no sé qué le veis los zamoranos a vuestra Semana Santa" y será, entonces, cuando pensaré (y algún día me atreveré a decir) que yo entiendo a casi todos y lo perdono casi todo pero, como el del anuncio, o, más bien como el poeta Oliverio Girondo:
[...] no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Y ya que hablamos de amor, déjenme que les diga que yo, como el poeta...
[...] y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
Gracias por volar conmigo esta mañana, esta semana y siempre....Juntos!
SERGIO MARTÍN HERRERA
09-ABRIL-2017