La procesión zamorana que tenía su salida del desaparecido convento de Santo Domingo

Se dice que sus primeros pasos se dieron en el lejano 1562, aunque vestigios aún más antiguos se asoman en los registros de 1544, cuando una procesión del 'Encuentro' salía del antiguo convento de Santo Domingo

El día del Encuentro, las calles vibran con la emoción de la procesión. El Resucitado, envuelto en música festiva, y la Virgen del Encuentro, solemnemente ataviada con manto negro, siguen rutas separadas hasta que convergen en la Plaza Mayor

Domingo de Resurrección y de Encuentro_29
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En el tejido histórico de Zamora, una cofradía emerge como un faro de devoción, arraigada en el corazón de la ciudad desde tiempos inmemoriales. La Cofradía, cuyos orígenes se pierden en la bruma del pasado, ha tejido una red de devoción y tradición que se extiende a lo largo de siglos.

Se dice que sus primeros pasos se dieron en el lejano 1562, aunque vestigios aún más antiguos se asoman en los registros de 1544, cuando una procesión del 'Encuentro' salía del antiguo convento de Santo Domingo. Desde entonces, ha sido testigo de épocas de relativo esplendor y tiempos de penuria, marcando con sus pasos la historia de Zamora.

Tras atravesar los vaivenes del tiempo, la cofradía se erigió con renovado vigor en 1851, resurgiendo como un fénix de sus cenizas. El aumento de sus cofrades y el esplendor de su aparato procesional la han convertido en un símbolo querido y respetado en toda la ciudad. Su sede, la Parroquia de Santa María de la Horta, se convierte en un epicentro de devoción cada Domingo de Resurrección.

El día del Encuentro, las calles vibran con la emoción de la procesión. El Resucitado, envuelto en música festiva, y la Virgen del Encuentro, solemnemente ataviada con manto negro, siguen rutas separadas hasta que convergen en la Plaza Mayor. Allí, en un estallido de alegría y tradición, se celebra el esperado 'Encuentro', mientras las calles retumban con el eco de salvas y la reverencia de los fieles.

Y como culminación de este día lleno de tradición y devoción, es costumbre dirigirse a los bares y restaurantes locales para disfrutar del famoso 'dos y pingada', un manjar que nutre tanto el cuerpo como el alma, mientras las calles empedradas y las antiguas casas recuerdan el legado medieval que aún palpita en las venas de Zamora.

En cada paso de la procesión, en cada salva de escopeta, en cada bocado del 'dos y pingada', se entreteje la historia viva de una ciudad y su gente, en una celebración que trasciende el tiempo y el espacio, conectando generaciones pasadas, presentes y futuras en un lazo indestructible.

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