Bajo el sol radiante de la mañana, cientos de fieles se congregaron en la parroquia de San Ildefonso para dar inicio a la celebración del Domingo de Ramos en Zamora. Presidiendo la ceremonia, el obispo Fernando Valera llevó a cabo la tradicional bendición de las palmas, marcando así el inicio de una jornada de profunda significancia para la comunidad católica.
Ya en la S.I. Catedral, con la participación de autoridades civiles, militares y judiciales, de directivas de todas las cofradías y de un importante grupo de fieles asistentes, continuó la celebración solemne de esta eucaristía del Domingo de Ramos.
El prelado en su homilía indicó que “Jesús inauguró su pasión con una luz profética, entrando en la ciudad de David sin ostentación, con una manifestación popular de paz y alegría de las gentes más humildes y sencillas”. Quiso Fernando Valera que Zamora se uniese también a esos “hosannas” en esta semana grande.
Subrayó el obispo en su homilía, refiriéndose a la tristeza que Jesús sintió ante el sueño de los discípulos, incapaces de velar y orar con él, ante la traición de Judas y ante la debilidad de Pedro, que le negó tres veces, que “el mal es capaz de deslizarse dentro de lo sagrado, y no soporta el misterio de la Cruz”. Por todo ello, concluyó Fernando Valera que la Iglesia solo será creíble en la medida en que sea “capaz de percibir su fragilidad”, en la medida en que “sea consciente de que está compuesta por seres humanos que caen, que traicionan, que dudan, que niegan. Sólo después de haber experimentado la oscuridad, se puede acompañar a los otros a la luz”. Reconoció el obispo que la Iglesia no debe instalarse en la sensación de omnipotencia, en la idea de creerse sin pecado, perfecta y alejada de la fragilidad. Igual que “Pedro negó a Jesús y fue capaz de llorar su traición”, los cristianos debemos dejarnos alcanzar por la mirada de Jesús para aceptar nuestros miedos” y así entonar ese grito de confianza: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.
Terminó el obispo su homilía pidiendo a los fieles que se dejen “alcanzar por Cristo en estos días a través de la liturgia, en nuestras calles al paso de las imágenes de la Pasión” porque “el don de la fe es ver al Hijo de Dios en la oscuridad, en el sufrimiento, en el escándalo de la Cruz”. Pidió también a todos los presentes que fijaran su mirada en José de Arimatea, él no pudo salvar la vida de Jesús, pero pidió su cuerpo, lo bajó de la Cruz, lo abrazó, lo envolvió en un lienzo nuevo y lo depositó en el sepulcro. En esta figura aparentemente secundaria, Fernando Valera descubre la misericordia, la caridad, la permanencia junto a alguien para “quedarnos y llenar de ternura su existencia, acompañar hasta que el Señor vuelva. Esto es profecía de Resurrección”.