sábado. 20.04.2024

Del alfa al omega. De la primera creación a la última. Del Descendimiento a la Virgen de los Clavos. El Santo Entierro es la vida de Ramón Álvarez con tintes de un joven Benlliure, de Garrós, de Duarte y de Flecha.

Casi 40 años de la vida de Ramón Álvarez procesionan en el entierro más solemne de Cristo. Desde el Descendimiento hasta la Virgen de los Clavos, el último legado que cedió el imaginero de Coreses a su Zamora. Los últimos golpes de gubia, el último rostro compungido de una madre que sostiene en su mano una corona de espinas y el corazón atravesado por tres clavos.

Y en el medio una obra que sería cumbre en la carrera de cualquier imaginero pero que, tratándose de Ramón Álvarez, es una más de las bellas imágenes que dejó. Encabritado, frente a Dios, el caballo de Longinos cabalga por las rúas de Zamora.

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Es la tarde de la Marcha Fúnebre de Chopin, de Thalberg y de Mater Mea. De Los Clavos o del Camino del Sepulcro de David Rivas. De una comitiva fúnebre en la que están todos los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad que, en estos días, trabajan a destajo para que haya que realizar el menor número de estos cortejos. Suena Cristo Muerto de Carlos Cerveró.

Es la tarde más triste del año. Es el Dolor de una Madre, es Soledad. Es agarrarse a un madero vacío, es La Piedad. Es devolver al Señor de Zamora a la Catedral. Es retornar después del Sepulcro. Es el dolor de San Juan y la Virgen. Es la noche cayendo sobre Zamora. Es la lluvia que desluce cada Viernes Santo. Es el llanto de la ciudad.

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La tarde de Ramón Álvarez