Dos pueblos Cervantes separados por 17.800 kilómetros: el azar que conecta Sanabria con Australia

Un pequeño pueblo zamorano y una localidad costera del oeste australiano comparten nombre, aunque por razones muy distintas: uno envuelto en leyendas que tienen como protagonista el nacimiento del autor de "El Quijote", y el otro bautizado por un naufragio del siglo XIX
Robleda - Cervantes
photo_camera Cervantes de Sanabria. Imagen de archivo

Entre los montes y la calma profunda de Sanabria, el pequeño municipio de Cervantes sigue alimentando una vieja especulación: ¿pudo este rincón ser cuna o parada temprana de Miguel de Cervantes, el autor del Quijote?. Nadie lo ha probado, pero el rumor se ha instalado en la tradición local y dota al pueblo —uno de los más pequeños de la comarca, con apenas 26 vecinos censados en 2024— de un magnetismo silencioso.

A 17.800 kilómetros de distancia, en la costa occidental de Australia, otro Cervantes escribe una historia completamente distinta. Allí viven alrededor de 500 personas dedicadas, sobre todo, a la pesca. Sus aguas son famosas por la abundancia de langostas de roca, un manjar apreciadísimo en la región, y su mayor atractivo turístico es el desierto de Pinnacles: un paisaje hipnótico sembrado de miles de columnas de piedra caliza que surgen como esculturas naturales en pleno arenal.

Pese a la presencia constante de nombres españoles en su callejero —Sevilla, Talavera, Málaga, Madrid, Barcelona, Valencia—, el Cervantes australiano no debe su nombre al escritor. Su origen se remonta a 1844, cuando un barco ballenero estadounidense llamado Cervantes naufragó frente a aquellas costas aún poco conocidas por los europeos. Tres años después, el explorador Joseph William Gregory decidió bautizar la zona en memoria de aquella embarcación encallada mientras buscaba aceite de ballena. 

Ya entrado el siglo XX, surgió la idea —extendida en la zona y recogida por algunos funcionarios— de que aquel “Cervantes” podía deberse al escritor español. Y como Australia no es precisamente tímida a la hora de subrayar herencias culturales, se decidió reforzar esa supuesta conexión con España incorporando nombres españoles al callejero. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer las calles Pamplona, Valencia, Cádiz, León o Madrid, que aún hoy sorprenden al visitante en medio de un paisaje dominado por dunas, acantilados y océano.

Dos pueblos con un nombre común, separados por medio planeta y unidos solo por el capricho de la historia. Y sin embargo, algo sí comparten: tanto quienes visitan el Cervantes sanabrés como quienes llegan al Cervantes australiano encuentran la misma sensación de paz, de naturaleza envolvente y de vida tranquila que parece detener el tiempo. Al final, quizá la mayor conexión entre ambos lugares sea precisamente esa: la belleza serena que los rodea.

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