La Navidad, es una fiesta de alegría, luz, color y unión familiar, puede tornarse amarga cuando queda una silla vacía. Un hueco que ocupaba un lugar vital en el corazón del hogar y que se entrelaza con las luces centelleantes y los cánticos festivos. En muchos hogares, la mesa navideña lleva consigo el eco silencioso de recuerdos compartidos. Momentos en los que se crea una paleta de emociones compleja; culpa, enfado, vacío, tristeza, apatía… incluso “no saber qué es lo que sientes”, según María Montejo, psicóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer en Zamora.
Las tradiciones familiares se convierten en un reflejo de lo que un día fueron marcadas por una silla vacía. Unas fechas que representan “un momento de dificultad y recuerdo”. Un duelo al que hacer frente y que “no es lineal”, sino que está marcado por “altos y bajos”, al que hay que tenerle paciencia. Unas fechas en las que las calles se llenan de destellos y en los corazones de esconde la verdadera magia. La de seguir adelante aunque para muchos zamoranos no “tengan ganas de celebrar y resulte muy difícil mirar al futuro”. Pero, incluso en los momentos más oscuros, la luz puede disipar las sombras.
“Hay que tener claro que el dolor va a estar presente” en esta época marcada por la familiaridad. Decorar el árbol sin la ayuda habitual o intercambiar regalos con ausencias, se convierten en una tarea complicada; “muchos quieren que sea ya el ocho de enero o incluso planean viajes para no notar tanto el dolor”. Una manera de “querer evitar ese sufrimiento y no tener que enfrentarse a familiares, luces y villancicos”. Y, ¿cómo se sobrevive a la Navidad? Contando a nuestro entorno “lo que queremos y qué es lo que no”, buscar personas “comprensivas” en la familia, “no aislar” a los niños y “explicarles lo ocurrido” e ignorar los mensajes que “muchos transmiten; los “no llores más”, “intenta distraerte” e incluso pueden llegar a ejercer presión”.
No pensar en que “no puedo estar mal porque les voy a estropear las navidades”, ya que, todo eso, “genera más dolor”. Y tener en cuenta que “celebrar no es olvidar”, establecer límites y saber decir “no”. Tampoco juzgar lo que hagan otros o incluso nuestra propia pena. Contar con un “kit de emergencia” con personas a las que acudir cuando el mundo se viene encima, pedir ayuda, alzar la voz ante el dolor y generar un espacio de “respiro” en las reuniones familiares “al que acudir si no me encuentro bien”.
La silla vacía desafía a honrar la memoria de quienes ya no están, a mantener viva su esencia. Muchos aprovechan las reuniones navideñas para rendir homenaje al ser querido que se marchó; ponerse una pulsera, un anillo, encender una vela, poner una fotografía, una bola en el árbol con su nombre “o incluso gestos más grandes consensuados con toda la familia” como recordar momentos con un álbum de fotos o hacer un brindis… “Todo depende del momento del duelo en el que se encuentre la persona”.
En esta Navidad con una silla vacía, el significado de la celebración se redefine. Se convierte en un tributo silencioso a la capacidad del amor para trascender el tiempo y a la fortaleza de la familia para sostenerse incluso cuando un eslabón vital falta. La silla vacía no solo simboliza la pérdida, sino también la oportunidad de recordar, celebrar y apreciar los lazos que perduran más allá de la ausencia.