Una superficie que, a falta de la medición final, ya refleja la magnitud de una tragedia medioambiental y económica que tardará décadas en cicatrizar.
Las llamas han devorado 5.200 hectáreas de pinar, un hábitat clave para la biodiversidad de la zona y un recurso forestal de gran valor. El monte bajo de quercíneas, formado principalmente por encinas y robles, ha perdido 10.300 hectáreas, lo que supondrá un duro golpe a la regeneración natural y a la fauna que depende de este ecosistema.
El sector agrícola tampoco ha salido indemne: 11.000 hectáreas de cultivos han quedado arrasadas, afectando a la economía de decenas de familias que dependen directamente de la tierra. A ello se suman 5.000 hectáreas de matorral y pasto, esenciales para el ganado y la actividad ganadera extensiva de la comarca.
A falta de la perimetración definitiva, la magnitud del desastre sitúa este incendio entre los más destructivos en la historia reciente de Zamora, que en los últimos años ya ha visto cómo el fuego asestaba golpes durísimos a la Sierra de la Culebra y a otras zonas de alto valor ecológico.
Más allá de las cifras, el impacto se siente en el tejido social de la comarca: pueblos desalojados, pérdidas de medios de vida y una población que vuelve a enfrentarse al trauma de ver su entorno reducido a cenizas.
La recuperación será larga y requerirá un compromiso firme de las administraciones para la reforestación, la protección de los suelos y el apoyo a los agricultores y ganaderos afectados.