El brusco descenso del nivel del agua del Embalse de Ricobayo –a finales de junio se encontraba a más del 60% de su capacidad y hoy tan solo al 11%– tiene graves consecuencias no solo para el abastecimiento de las personas y la economía de los pueblos ribereños, sino también para los ecosistemas, para la fauna y la flora: muerte de peces y anfibios, imposibilidad de que prosperen los huevos de aquellas especies en época de desove, el rápido descenso del nivel freático en el entorno del vaso del embalse y la potencial eutrofización de las aguas por el rápido crecimiento de algas. Todo ello afecta al equilibrio medioambiental y la biodiversidad.
Estas consecuencias no son nuevas. Desde que se construyera la presa de Ricobayo en los años 30 del siglo pasado, han sucedido varias etapas de sequía en las que el nivel del río ha estado incluso más bajo que ahora.
Pero este año, la temida variable ambiental nos la han anticipado a comienzos del verano, en medio de una crisis climática sin precedentes que augura grandes sequías y en la que el agua será el recurso más necesario. Resulta cuando menos irresponsable vaciar el embalse en estos momentos y que administraciones públicas como la Confederación Hidrográfica del Duero lo permita.
El impacto negativo en las personas se refleja en el desabastecimiento de agua de varios municipios ribereños del embalse y en la ruina económica para los pequeños negocios hosteleros y de actividades de ocio que dependen exclusivamente de la época estival.
Iberdrola, empresa que presume de vender energía verde, deja el embalse como un desierto y lo justifica diciendo que “cumple con las condiciones recogidas en su concesión” y “atendiendo a las necesidades del mercado eléctrico”. Este verano, con los precios de la electricidad en máximos históricos, vemos que el beneficio de la empresa es más importante que el bien común de la ciudadanía.
La construcción del embalse de Ricobayo supuso la expropiación en aras del bien común de miles de hectáreas que las gentes de los pueblos cultivaban para sobrevivir. La electricidad producida viajó a las ciudades y a los centros industriales y las promesas de desarrollo para los territorios que vieron sus tierras más fértiles anegadas nunca se cumplieron.
La historia se repite: sólo en nuestra provincia se pretenden instalar 2300 MW de energía renovable a razón de miles de hectáreas expropiadas por otros cincuenta años.