El obispo de Zamora, Fernando Valera, ha concluido la primera etapa de su visita pastoral a la diócesis de Zamora, centrada en las unidades pastorales de Peñausende y Almeida dentro del arciprestazgo de Sayago. Durante esta fase inicial, el obispo ha recorrido un total de 17 pueblos, donde ha podido reunirse con fieles y conocer de cerca las realidades pastorales de la zona.
El recorrido pastoral incluyó localidades como Figueruela, Viñuela, Alfaraz, Moraleja de Sayago, Mayalde, Tamame, Peñausende, Villamor de Cadozos, Piñuel, Escuadro, Mogatar, Carbellino, Torrefrades, Roelos, Salce, Fresno y Almeida. En cada comunidad, el obispo ha compartido momentos de oración, ha escuchado las preocupaciones de los fieles y ha impartido mensajes de fe y esperanza.
El miércoles, 19 de junio, el obispo Fernando Valera retomará su visita pastoral por Sayago, iniciando la siguiente etapa que abarcará la Unidad Pastoral de Pereruela. Esta continuación de su misión pastoral refleja el compromiso del obispo por estar presente y cercano a todas las parroquias y comunidades de la diócesis de Zamora, fortaleciendo los lazos de fe y fraternidad entre los fieles.
CARTA
Crónica de un Pastor
Primera etapa de la Visita Pastoral
Desde mis primeros años de estudio, siempre he interiorizado esa idea de que los criterios del evangelio no son los del mundo. Que el Reino de Dios llega a la historia cada vez que los hombres y mujeres se proponen cambiar el rumbo de las lógicas del poder, del tener, del desear. En mis primeros años como sacerdote en Murcia pude comprobarlo en realidades muy concretas y en experiencias de personas que se dejaron moldear por Dios, que crecieron dejándose en Dios, abandonándose en su cruz. Todo esto me ha vuelto a llenar el corazón ahora, aquí en Zamora, aquí en Sayago. Ahora que acaba la primera etapa de esta visita pastoral que me ha llevado por 17 parroquias. Ahora que sus gentes, sus vidas, sus rostros, sus manos, sus historias, sus templos, su resignación y tantas y tantas veces su nada, son para mí la verdad de lo que predico tantas veces. Mi vocación al servicio y a la entrega a esta parcela del pueblo de Dios se siente reconfortada y sostenida por la humildad, por la fe sencilla y a flor de piel de todas estas vidas, pocas, mayores, desgastadas, pero siempre fieles.
Como una de esas felices coincidencias en las que va hablando nuestro Señor y en las que descubro que se dirige a mí, a este obispo, se me pone por delante esta cruda realidad que pasa del todo desapercibida para los discursos habituales. Estos días he vivido la experiencia de la grandeza de lo pequeño, la acogida entrañable, el trabajo noble de tantas personas que se preocupan por sus templos, sus celebraciones; los problemas del abandono de los grandes. También el trabajo de tantos alcaldes que están dando todo lo que son en sus pueblos, con pocas compensaciones, pero con la alegría del trabajo realizado. El evangelio nos habla de esto, de la insustancialidad del grano de mostaza, de la invisibilidad de la acción de Dios, del silencio de la salvación. Por eso, desde ahora y para siempre, cada vez que piense en Zamora, en esta tierra despoblada y abandonada, pensaré, sobre todo, en esperanza. Porque es esta esperanza la que sostiene a las gentes de Figueruela, de Roelos, de Alfaraz, de Salce, de Viñuela, de Mogatar, de Tamame… Estoy convencido de que la esperanza se hace verdad en lo poco. La grandilocuencia del discurso, la majestuosidad del poder, la omnipotencia del progreso de la técnica, no tiene nada que esperar. Ya lo es todo. Sólo aquí, en esta nada, en esta realidad en la que es más fácil hablar de un Dios abajado y apasionado por lo pequeño, hay posibilidad de esperanza.
Vosotros representáis el otro modo de vida que no se ha dejado aprisionar por la civilización y sus criterios, por las prisas y la eficacia, por la productividad y el consumo. Las gentes de Sayago, los hombres y mujeres de Piñuel, Torrefrades, Fresno, Carbellino, Escuadro, Villamor… sabéis bien de paciencia, de cuidado de lo pequeño, de opción por una manera de vivir que no se cambiaría por nada. Como el que encuentra un tesoro. Como el que, lejos de los mandatos del mundo, espera, aunque sea contra toda esperanza, el Reino de Dios y su justicia.
Es incomparable cómo responde todo un pueblo a la presencia del obispo. Entre ellos me he sentido pastor y, como pocas veces he experimentado tan de cerca, cómo se han asido a mis manos, cómo han sonreído y llorado. Ellos y ellas han visto al pastor. El pastor ha visto y experimentado el Reino de Dios. El Reino que se presenta con las puertas siempre abiertas, con la luz siempre encendida, con un sitio para poder sentarse, con una palabra que poder decir. He vivido celebraciones que difícilmente se borrarán de mi memoria en Mayalde, en Peñausende, en Almeida, en Moraleja. Hemos orado por los difuntos, hemos visitado a los enfermos, hemos escuchado sus peticiones. Sigo la visita pastoral con la certeza de que esto me hace más cristiano y mejor obispo. Más cristiano porque nuestro Señor pone en mi camino vuestra vida que ya es parte de la mía; mejor obispo porque en la ocupación, debo trabajar por lo que me he comprometido con vosotros, y en la preocupación, porque ya formáis parte de mis desvelos como pastor.
Conmigo vais, queridos hermanos. Dios os bendiga
Fernando Valera
Obispo de Zamora