Zamora volvió a reconocerse este lunes en una de esas tradiciones que no necesitan artificio para convocar a la gente. El Belén viviente, organizado por la Real Cofradía de Nuestra Madre de las Angustias, recorrió el centro de la ciudad desde la plaza de La Marina hasta la Plaza Mayor y la iglesia de San Vicente Mártir, transformando calles habituales en un camino compartido, seguido de cerca por un público numeroso que acompañó el desfile con curiosidad.
La comitiva arrancó a media tarde desde La Marina, avanzando a ritmo pausado por el corazón de la ciudad. Los villancicos y la música tradicional marcaron el recorrido, con el acompañamiento de la Capilla de Ministriles de Capitonis Durii y el grupo de gaitas de Tradymupo, que pusieron banda sonora a un desfile pensado para vivirse a pie de calle y en cercanía.
Entre pastores, figurantes y personajes bíblicos, uno de los grandes protagonistas fue, sin duda, el burro que encabezaba parte del cortejo. Su presencia, sencilla y real, atrapó miradas y cámaras, especialmente entre los más pequeños, y recordó que la fuerza del Belén reside en la austeridad y en lo cotidiano de sus símbolos.
La llegada a la iglesia de San Vicente Mártir marcó un cambio de atmósfera. Cruzar su umbral fue, para muchos, como adentrarse en el propio Belén del nacimiento de Jesús. El interior del templo acogió la escena en un ambiente de silencio y recogimiento, muy distinto al bullicio de la calle, pero coherente con el sentido del recorrido.
Además del componente tradicional, el Belén viviente tuvo este año un marcado carácter solidario. Los distintos puestos instalados en el templo ofrecieron figuras y productos a cambio de donativos, destinados íntegramente a AZAYCA, la asociación de ayuda frente al cáncer de Zamora.
De este modo, la ciudad cerró una tarde navideña en la que tradición, música y solidaridad se dieron la mano, con la implicación de una cofradía que volvió a convertir el centro de Zamora en escenario de encuentro y participación.