En los corazones zamoranos, la Soledad nunca está sola. Aunque las calles de Zamora se vistieron con el manto gris de la lluvia y el temporal anuló la procesión, Zamora y sus Damas permanecieron firmes a su lado, brindándole su compañía y amor incondicional. Tras un breve rezo dirigido por el capellán de la cofradía en el interior de la iglesia, se abrió un cálido pasillo en el templo. Este pasillo acogedor permitía que todos, tanto las Damas, cofrades y devotos, pudieran acercarse y contemplar a la Virgen.
Una puerta abierta, una invitación para compartir un momento de conexión espiritual con la figura venerada de la Soledad, ingresando por la puerta Sur, el rosetón, y saliendo por la puerta Principal, la Plazuela de San Miguel. Fue entonces cuando resonaron los cánticos de la Salve, melodías de reverencia y amor dedicadas a la imagen que inspira a la ciudad.

Una imagen que trasciende el tiempo, una obra de arte que ha perdurado desde su creación en 1886, sustituyendo con su presencia la antigua talla que alguna vez custodió la Cofradía de Jesús Nazareno. En la sencillez de aquel momento, en medio de la lluvia y la gracia divina, la Soledad de Zamora se mostró en toda su majestuosidad. Una escena que conmueve el alma, una manifestación de fe y devoción que perdurará en el recuerdo de quienes tuvieron el privilegio de estar presentes. En cada nota de la Salve, en cada mirada dirigida hacia la Virgen, se tejía un lazo indestructible de amor y consuelo, recordando que, en la unión de corazones, la Soledad nunca está sola.
GALERÍA DE IMÁGENES por Aroa Colmenero