Zamora, tierra de contrastes y paisajes que despiertan asombro, guarda secretos que muchos senderistas aún no han explorado. Si bien sus rutas más populares son admiradas por su accesibilidad, hay caminos menos transitados donde la naturaleza se expresa en su forma más pura, lejos del bullicio turístico. Adentrarse en estos senderos es una experiencia de conexión profunda con la tierra y el silencio, donde cada paso revela un rincón nuevo y único.
A las afueras de Requejo, en el valle del río Castro, se esconde el Bosque de Tejedelo, uno de los bosques mejor conservados de tejos milenarios en la península. Este sendero es mucho más que un paseo por el bosque; es un viaje en el tiempo. Los tejos, algunos con más de mil años, se alzan como guardianes de este paraje mágico, donde los arroyos que se deslizan entre piedras cubiertas de musgo aportan una música natural que acompaña al caminante.
La ruta, de apenas 5 kilómetros, está perfectamente señalizada y te lleva a través de un paisaje verde y húmedo que parece sacado de un cuento de fantasía. Cruzarás puentes de madera que atraviesan pequeños torrentes y te sumergirás en un entorno cubierto de castaños, robles y alisos. El silencio roto solo por el murmullo del agua y el crujido de las hojas bajo tus pies te hará sentir que formas parte de este ecosistema milenario.
A solo una hora de Zamora capital, en la comarca de Tierra de Campos, se extiende la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila, un lugar que sorprende por su inmensidad y su biodiversidad. Aunque es un destino habitual para ornitólogos, los senderistas más curiosos encontrarán en este espacio un entorno único para explorar a pie. Aquí, las vastas planicies están salpicadas por lagunas que actúan como espejo del cielo, hogar temporal de miles de aves migratorias. La joya de la corona es la avutarda, el ave voladora más pesada del mundo, que despliega su majestuosa figura en los humedales.
La ruta que rodea la Laguna Salina Grande, de unos 18 kilómetros, es una invitación a la calma. Sin grandes desniveles, es perfecta para aquellos que quieren disfrutar de la belleza del paisaje a su ritmo, rodeados del vuelo de ánades, flamencos y grullas, que tiñen el cielo de vida.
Para los más aventureros, la Calzada Mirandesa ofrece un desafío digno de los amantes de la historia y la naturaleza. Este antiguo camino romano, que unía Zamora con Miranda do Douro, en Portugal, es un testimonio vivo de tiempos pasados. A lo largo de sus 55 kilómetros, el paisaje cambia de forma continua, pasando de campos de cereal a dehesas donde el tiempo parece haberse detenido.
El sendero te lleva a través de puentes romanos como el de las Urrietas, sobre la Rivera de Sobradillo, y cruza praderas y cortinas de piedra que dibujan un paisaje lleno de contrastes. La experiencia de caminar por este sendero es un retorno a los orígenes, donde la naturaleza y la mano del hombre se entrelazan en un espectáculo silencioso, solo interrumpido por el susurro del viento sobre los campos.