La proliferación de macrogranjas porcinas en Zamora en los últimos años ha disparado la preocupación por la contaminación de los acuíferos con nitratos procedentes del purín. Entre 2015 y 2023, la cabaña porcina de la provincia ha crecido cerca de un 40%, generando un problema medioambiental que ya ha afectado a otras regiones como Aragón y Cataluña.
En Alemania, donde la expansión de la industria porcina comenzó hace décadas, las consecuencias de la contaminación obligaron al gobierno a canalizar agua potable a grandes zonas rurales desde 1986. Ahora, en Zamora, la instalación de plantas de biogás se plantea como una solución a esta crisis medioambiental. Sin embargo, colectivos ecologistas advierten de que este modelo no resolverá el problema, sino que podría agravarlo.
El modelo de plantas de biogás proyectado para Zamora difiere del sistema predominante en Alemania. Mientras que en el país germano la mayoría de estas instalaciones son pequeños digestores de consumo local, en Zamora se proyectan grandes plantas con impactos ambientales y agrícolas mucho mayores.
Uno de los principales problemas de estas instalaciones es que no reducen el nitrógeno del purín: la cantidad que entra en la planta es prácticamente la misma que sale. Además, los abonos orgánicos derivados del biogás pueden contener hasta cinco gramos de plástico por kilo, así como metales pesados como mercurio y plomo, lo que podría derivar en graves problemas de salud pública a largo plazo.
Otro de los aspectos que preocupa a los sectores agrarios es el impacto que estas plantas tendrán en la ganadería familiar y extensiva. La materia prima de estos digestores es la paja, un recurso esencial para la alimentación y el bienestar del ganado en explotaciones tradicionales. Su uso masivo en las plantas de biogás podría encarecer su precio y reducir su disponibilidad para los ganaderos locales.
Además, la ganadería industrial, favorecida por cuantiosas ayudas públicas, ha contribuido a la crisis demográfica del medio rural, expulsando a pequeños productores y deteriorando el entorno natural. Por el contrario, la ganadería extensiva, basada en razas autóctonas adaptadas al territorio, contribuye a fijar población y preservar el patrimonio ecológico y cultural de la provincia.
El avance de las macrogranjas y las plantas de biogás abre un debate sobre el modelo de desarrollo agrario en Zamora. Mientras que la ganadería industrial se presenta como un motor económico, sus críticos denuncian los costes medioambientales, sociales y sanitarios que implica.
Los colectivos ecologistas y defensores de la ganadería tradicional insisten en que la solución no pasa por la expansión sin control de estas industrias, sino por un modelo sostenible que respete la capacidad de carga del territorio y garantice el equilibrio entre desarrollo económico y conservación del medio ambiente.
Por el momento, la discusión sigue abierta, pero lo que está claro es que la solución no puede ser "comulgar con ruedas de molino".
COMULGAR CON RUEDAS DE MOLINO
Alemania nos lleva 40 años de ventaja con el problema de la contaminación de los
acuíferos por nitratos.
De hecho, ya en el año 86 tuvieron que empezar a canalizar agua potable para
abastecer grandes zonas rurales, al ser conscientes de que sus acuíferos se habían
contaminado con los nitratos del purín procedente del crecimiento descontrolado de la
industria porcina.
En España esta industria siguió los pasos de Alemania en Cataluña y en Aragón, en
muchos lugares de estas comunidades ya no tiene cabida ni una sola granja de cerdos más
y la normativa es más restrictiva.
Con cierto retraso este “progreso” llegó a Zamora, donde en los últimos años la
proliferación de las macrogranjas porcinas ha sido a todas luces desmesurada (en el
periodo 2015/2023 aumentó la cabaña porcina en casi un 40%). Por supuesto, los
problemas que se habían constatado por el uso de este sistema de granjas de cerdos con
rejillas y generación de purines, han aparecido en muchas zonas de nuestra provincia.
Se plantea que la instalación de plantas de biogás puede ser la solución a este
problema y se establece un paralelismo con las plantas instaladas en Alemania. Pero
olvidando que la inmensa mayor parte de las plantas construidas allí son pequeños
digestores de consumo local que, sin ser lo más conveniente, no tienen nada que ver con
las plantas diseñadas para Zamora. Sencillamente, son dos cosas diferentes. En cuanto a
las plantas alemanas de gran tamaño como la de Güstrow, ya explicamos con detalle
porqué tampoco producen los enormes perjuicios que las proyectadas para Zamora. Otra
vez es comparar cosas distintas.
Técnicamente, el transformar el carbono de la paja para después quemarlo en forma
de gas no puede considerarse como reducción de emisiones de CO2, aunque este tipo de
plantas son consideradas como sumideros de carbono. Tendrán pingües beneficios por
esta consideración al vender los derechos de emisiones.
Las cantidades ingentes de paja que consumirían estas plantas de biogás ahora se están
utilizando para alimentar y dar cama a la ganadería familiar en nuestros pueblos,
mejorando la calidad de las tierras al utilizarla como abono y aumentando la cantidad de
carbono que contienen los suelos, siendo un sumidero real del mismo.
Los abonos y enmiendas orgánicas que salen de las plantas de biogás pueden contener,
con el amparo de la ley, hasta 5 g de plástico por Kilo, 1 mg de Mercurio, 2 Mg de Plomo…
y así hasta una larga lista que permitiría abonar con un cóctel de metales pesados,
dioxinas y furanos, que tarde o temprano acabaríamos comiéndonos, provocando
grandes problemas de salud pública.
Y todo ello además de no acabar con el nitrógeno del purín pues el que entra en las plantas
de biogás es casi el mismo que sale de ellas.
La ganadería tradicional y familiar es la que realmente podría fijar población y no
espantar con su actividad a posibles nuevos habitantes. Hoy día es la que contribuye a
amortiguar la sangría de población en nuestra provincia.
A pesar de esto se sigue apostando por fomentar con cuantiosas ayudas el aumento
sin límites de la ganadería industrial en detrimento de la extensiva y la familiar (granjas
de tamaño proporcionado a la capacidad de carga del medio), que es en la que habría que
invertir esos recursos.
La ganadería extensiva además preserva un valioso legado de nuestros antepasados,
las razas autóctonas, que se encuentran en peligro de extinción y que cuentan con un
incalculable valor al adaptarse perfectamente a las condiciones de nuestro territorio,
optimizando el aprovechamiento de los recursos y siendo mucho más resistentes ante las
perturbaciones que plantea el cambio global.
La evolución impuesta que ha implicado pasar de una ganadería sostenible familiar a
otra basada en macrogranjas únicamente beneficia a unos pocos y ocasiona graves costes
para la salud, la economía y las tradiciones del resto de la población.
Vender esto como progreso es tratar de hacernos comulgar con ruedas de molino.