Las nuevas restricciones por el coronavirus obligan a madrugar. Toca adaptarse a los tiempos de pandemia y los granjeños lo han hecho. En lugar de quedar a última hora, se queda a desayunar. Es el "desayuneo", la nueva moda que ha supuesto que muchos negocios de hostelería puedan seguir adelante a pesar de la pandemia. El Bar La Espiga, de Granja de Moreruela, es uno de esos establecimientos.
Regentado por una joven pareja, Mari Carmen Fernández y José Ferrero, el Bar La Espiga abre a primeras horas de la mañana para dar los desayunos a un grupo de granjeños que se reúnen cada día para relajarse antes de comenzar la jornada laboral. Si no se pueden relajar después del trabajo, ¿por qué no hacerlo antes?.
El establecimiento de este municipio terracampino se une así a una moda que ya se impone en muchos puntos de España, donde la hostelería está cerrada o solo puede abrir por la mañana.
Las medidas restrictivas también afectan a los clientes así que cada vez más gente se ve obligada a cambiar sus costumbres. La norma obliga: se deja de un lado el 'tardeo' y se instaura el 'desayuneo'.
Muchos clientes han descubierto el placer de sentarse a la mesa a primeras de la hora de la mañana y compartir ese rato de asueto con amigos, familiares o vecinos antes de las preocupaciones del trabajo. Es la mejor hora para empezar alegrar el paladar con un surtido variado. En el Bar la Espiga se puede elegir entre tostadas, cruasanes, magdalenas o bollo casero. El menú matutino con café cuesta 1,50 euros. El café con "gotas", 1,20 euros.
Si se preguntan que es el café con gotas, en los pueblos se trata de toda una institución. El chorrito de licor en el café es una sagrada costumbre española, como las tapas, símbolo además del estado de ánimo de los españoles.
Cuentan las crónicas que tras el desastre de 1898, con las pérdidas los últimos territorios en América y Asia y las consecuencias económicas que aquello trajo, unido a la subida de impuestos al alcohol, los hosteleros españoles decidieron suprimir las "gotas" en el café, que eran gratuitas. Aquella decisión casi provoca un movimiento revolucionario al grito de ¡Queremos gotas!. De poco sirvió tanta algarabía. El chorrito de licor comenzó a cobrarse y llegó el "carajillo". Pero eso lo dejamos para otro desayuno.