Ha pasado un año y la huella de la devastación continúa muy patente a lo largo de las más de 68.000 hectáreas que comenzaron a arder un 15 de junio de 2022. La devastación llegaba en forma de rayo y la rápida propagación del fuego alentado por las elevadas temperaturas, la ausencia de lluvias y el viento se unieron a la falta de dispositivos desplegados, a dos semanas para la activación de la época de peligro alto por parte de la Junta de Castilla y León.
Ha pasado un año y las cifras continúan sin reflejar la realidad que vivieron los 54 pueblos que se vieron inmersos en esa lengua de fuego visible desde sus casas. La mitad de ellos tuvieron que ser desalojados y sólo en los primeros dos días más de 1.700 personas procedentes de 13 pueblos diferentes abandonaron sus hogares huyendo de la amenaza que se cernía sobre el monte.
En su cabeza los vecinos aún recuerdan la llegada de las patrullas de la Guardia Civil, voluntarios de Cruz Roja y Protección Civil que, con minutos de preaviso, instaban a meter en una bolsa lo imprescindible para poner rumbo a los albergues improvisados en Camarzana de Tera, Alcañices, Villardeciervos y Benavente.
"Fue difícil subirse al coche sin echar la vista atrás, pero peor es la angustia al futuro. El miedo a un nuevo desastre no se irá por mucho tiempo que pase". Es la voz ahogada de uno de los vecinos que protagonizó las duras imágenes del abandono casi instantáneo en las primeras horas de evolución del incendio.

Desde entonces ha pasado un año que deja cifras "para el olvido" pero que los propios afectados y, en especial, la asociación 'La Culebra no se calla' mantiene como un altavoz constante para que su huella no se repita: cuatro vidas humanas sesgadas por un fuego que dejó más de 80 millones en pérdidas y que puso en apuros a más de 300 negocios de las zonas de Aliste, La Carballeda, Tábara, Tierra de Alba y Benavente y los Valles.
"Ahora cuando huelo a humo se me revuelve el estómago". Lo recuerda Eva María, afincada en Rionegro del Puente y que como tantos otros acogió en su casa a los vecinos de los afectados por el paso del fuego. Cuando los albergues comenzaban a erigirse, al solidaridad más pura, la que nace en las calles, en las conversaciones diarios y entre frases manidas, vio la luz.
Fueron ellos los que abrieron las puestas de sus hogares a quienes huían de los suyos ubicados en Villanueva o Villardeciervos. "Fue una agonía, la verdad".
"¿Quién nos asegura que no va a volver a ocurrir?". Los aullidos de los lobos y el crujir de la madera continúan resonando en la cabeza de quienes día a día se asoman a la ventana o se acercan a pasear en un monte en el que el negro continúa imponiéndose. Aseguran que el paisaje es desolador en una zona plagada aún por los miles de troncos quemados que permanecen a la espera de la saca de madera afectada.

Son los relatos de una pérdida, de varias, cientos, miles. "Dicen que comienzan a brotar las primeras plantas, pero la realidad es que muchos de nosotros no volveremos a ver la Sierra en todo su esplendor. Lo harán nuestros nietos". Lo que se calcinó en cerca de dos meses entre los incendios desatados en Ferreras de Arriba y Sarracín y, posteriormente, en Losacio el 17 de julio, quedará aún como fiel testigo de una pesadilla que ha vuelto a despertarles con la llegada del calor.
Meses de zozobra, angustia permanente y, de nuevo, pesadillas. Con la reactivación de las altas temperaturas y ya en plena época de peligro alto de incendios forestales, la provincia mira hacia el corazón de una Sierra que late gracias al impulso de voluntarios, asociaciones y particulares que continúan brindando su ayuda para tratar de reparar lo que el fuego desató y la falta de medios y rapidez en la respuesta acentuó.
El desastre de la Culebra ha pasado, pero su dolor e indignación se mantienen. Constancia de ello dieron las miles de personas congregadas en una manifestación que mostró el pulso de una Zamora vaciada y "calcinada". Un fuego que se ha traducido en miles de donaciones en forma de forraje, agua, pero también de obras de arte, pinturas y piezas de cerámica que dieron cuenta de la esperanza y la devastación a partes iguales y que a día de hoy conforman la parte más amable y contestataria de un episodio que quedará grabado a fuego en la historia de la provincia.
