El recién concluido cónclave ha confirmado que las quinielas mediáticas poco influyen en el voto real de los cardenales. La elección de Robert Francis Prevost como nuevo Papa, bajo el nombre de León XIV, ha sido el resultado de un consenso forjado con antelación entre bloques muy diversos del Colegio Cardenalicio, que apostaron por un perfil moderado, reformista y con experiencia en gestión.
Pese a que los medios especulaban con nombres como Pietro Parolin, Matteo Zuppi o Luis Antonio Tagle, dentro de la Capilla Sixtina el panorama era distinto. La candidatura de Prevost estaba clara desde días antes de la primera fumata blanca. Ya el martes, algunas señales indicaban que la votación definitiva llegaría pronto, como finalmente ocurrió el jueves por la tarde.
En los primeros compases del cónclave, el bloque curial —tradicionalmente poderoso en la estructura vaticana— intentó impulsar la candidatura de Parolin. Sin embargo, sus apoyos no llegaron ni a los 50 votos. Ante la imposibilidad de consolidar esa opción, se intentó una alternativa conjunta con Tagle, que tampoco prosperó.
La candidatura de Prevost logró imponerse al reunir respaldos clave. Recibió el voto del sector identificado con las reformas de Francisco, conocido como el “partido sinodal” o “francisquista”, y también el de los cardenales considerados pragmáticos, preocupados por el saneamiento económico del Vaticano. Incluso algunos miembros del ala más conservadora terminaron sumándose, al considerar a Prevost como la opción más viable frente a Parolin.
Uno de los artífices de esa convergencia fue el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, que desempeñó un papel determinante al articular apoyos de Europa, América Latina y otras regiones. Su trayectoria en el Consejo de Cardenales y su cercanía al proyecto reformista del anterior pontífice fueron elementos decisivos para ganarse la confianza de muchos votantes.
También pesó el apoyo en bloque de los cardenales latinoamericanos y de buena parte del episcopado estadounidense, afines a Francisco y, en su mayoría, nombrados por él. La figura de Prevost, con trayectoria como misionero en Perú y como gestor dentro de la Orden de San Agustín, encajó como una solución transversal y estable.
Más allá de los nombres descartados, la elección de León XIV refleja una orientación clara dentro del Colegio Cardenalicio: continuidad con las reformas de Francisco y una apuesta por un liderazgo capaz de afrontar los desafíos financieros y estructurales del Vaticano. La división promovida desde ciertos sectores conservadores no encontró eco suficiente dentro del cónclave, que optó por la cohesión en torno a un perfil gestor y conciliador.