“Me siento invisible”: la lucha de una mujer zamorana por un diagnóstico de TDA

A los 16 años, la vida de María (nombre ficticio) cambió para siempre. Las primeras crisis de ansiedad marcaron el inicio de un camino lleno de obstáculos, diagnósticos erróneos y tratamientos que nunca resolvieron el problema de fondo.
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Ahora, con 39 años, sigue sin respuesta por parte del sistema sanitario, mientras intenta que le realicen una valoración para el Trastorno por Déficit de Atención (TDA), un diagnóstico que cree que lleva arrastrando desde la adolescencia y que, según sospecha, también ha heredado su hija.

María ha decidido compartir su historia para dar visibilidad a una realidad que afecta a muchas personas que enfrentan problemas de salud mental sin recibir el apoyo y la atención adecuada. “Llevo más de dos décadas dando tumbos de médico en médico, de tratamiento en tratamiento, pero sigo sin un diagnóstico que realmente explique lo que me ocurre”, relata.

Una vida marcada por la ansiedad y la depresión
Desde muy joven, María ha vivido atrapada en un ciclo de crisis de ansiedad y depresión. “Me daban medicación, pero nunca funcionaba realmente”, explica. Tranquimazine, Lorazepam y otros tranquilizantes fuertes formaban parte de su día a día, dejándola adormecida y sin fuerzas para afrontar la vida cotidiana.

“Me sentía drogada, anulada. Me decían que tenía ansiedad y depresión, pero yo sentía que algo más no encajaba. No era solo falta de voluntad o esfuerzo, era que mi cabeza funcionaba de otra manera”, señala.

A pesar de probar diferentes médicos, psiquiatras y psicólogos, tanto en la sanidad pública como en el ámbito privado, nunca encontró una respuesta clara. “Era como si nadie escuchara lo que realmente me estaba pasando”, lamenta.

El reflejo de su hija y la sospecha de TDA
El verdadero punto de inflexión llegó cuando su hija, de 10 años, comenzó a presentar síntomas similares a los que ella misma había experimentado en la infancia: problemas de concentración, dificultad para relacionarse y falta de atención en clase. Después de insistir durante años, finalmente le diagnosticaron TDA, aunque con dificultades para reconocer también posibles rasgos de Trastorno del Espectro Autista (TEA).

“Cuando vi los síntomas de mi hija, supe que yo también tenía TDA. Fue como verme reflejada en ella. Pero cuando fui al psiquiatra para pedir una valoración, me dijeron que era una tontería, que no tenía sentido”, explica María.

La negativa a realizar una evaluación formal le llevó a una espiral de frustración. “No me toman en serio, ni siquiera están dispuestos a valorar si tengo TDA”, denuncia. “Me siento invisible para el sistema”.

Sin respuestas y con medicación inadecuada
Ante la falta de soluciones, María llegó a probar la medicación que le recetaron a su hija para el TDA y notó una mejora significativa en su capacidad de concentración y estabilidad emocional. Pero cuando planteó esto a su psiquiatra, la respuesta fue tajante: “Me dijeron que era una locura”.

Cambió de médico buscando una segunda opinión, pero la nueva psiquiatra le dejó aún más desanimada: “Me dijo que lo que decía su compañera era suficiente, que no necesitaba otra valoración”.

“Parece que hay un muro. Nadie quiere escucharme. Nadie quiere siquiera plantearse que puedo tener TDA”, explica María con impotencia.

El peso de la invisibilidad
La falta de un diagnóstico claro y el rechazo constante a una valoración formal tienen consecuencias en todos los ámbitos de su vida. “No puedo mantener un trabajo estable porque me bloqueo fácilmente ante cualquier cambio. Las crisis de ansiedad me paralizan y, sin un diagnóstico claro, es difícil recibir un tratamiento adecuado”.

Ahora, su mayor preocupación es su hija. “Si al menos ella recibe la ayuda que yo no tuve, ya será una victoria”, afirma. “Pero yo también necesito respuestas. Necesito que me escuchen”.

Una llamada a la comprensión y el apoyo
María comparte su historia para que otras personas en su misma situación se sientan comprendidas y apoyadas. “No estoy pidiendo que me regalen nada, solo quiero que me escuchen y que me valoren adecuadamente. Mi vida no puede seguir girando en torno a la ansiedad y la depresión sin que nadie se plantee qué está detrás de todo esto”.

María se aferra a la esperanza de que su caso abra un debate sobre la necesidad de mejorar la atención en salud mental y la importancia de valorar adecuadamente los posibles casos de TDA en adultos. “Si mi historia sirve para que otras personas sean escuchadas, ya habrá valido la pena”, concluye.

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