Cuenta la historia que en la última gran batalla de Viriato, el ejército romano mandó 18 000 unidades de infantería, 1600 de caballería, 10 elefantes y 300 jinetes africanos contra el caudillo luso. El poder combatir cerca de su casa, de su tierra; la confianza ciega en los suyos y la fé en la victoria pudieron contra todo un Imperio Romano.
Jortos es el capitán del MMT Seguros. El pasado año, cuando el equipo podía ascender a Asobal, su aspecto podía asemejarse bastante al de Viriato. Su hacer en el campo le igualaba: empujando a los suyos, llevándoles a la victoria, arengando a unas masas que veían que, por muy grande que fuera el enemigo, se le podía vencer.
El pueblo lusitano es igual que el pueblo zamorano. Se levanta en armas cuando ve necesario luchar por las injusticias, y acude en masa a luchar por sus ideales, a arengar a sus guerreros a detener al enemigo. Y aunque el rival es numeroso y grande, más grande que los zamoranos, la última palabra no está dicha.
La calma tensa antes de la batalla hace mirar el reloj a los guerreros. Afilando sus brazos, su puntería, su cabeza. Las horas del reloj desde las 22:00 horas que acabó el último entrenamiento hasta las 16:15 en que el balón eche a rodar son eternas. El tiempo no pasa. Tiic, taac, tiic, taac. El sueño no llega, pesan las piernas y se pasan cientos de cosas por la cabeza. Pero de pronto es la hora, el reloj comienza su inexorable cuenta atrás.
La batalla ha comenzado y los hombres salen a pecho descubierto a luchar por sus Seña Bermeja. Cerca de 2.000 almas empujando a siete guerreros que luchan contra el Imperio de la Asobal encarnado en Granollers. Al final de la batalla, de los sesenta minutos, la salvación o el descenso. Será, la última batalla de Viriato.