Opinión

Una madre, Nuestra Madre, Soledad

photo_camera Foto de la Agencia AP tomada de Twitter

"Miradla. Su dolor es un grito al mundo. Es Nuestra Madre. Es la Soledad. Pakistán, marzo, Semana Santa 2016".

Una madre. Dolor, solo dolor. El dolor en carne y hueso. El mismo dolor que hemos visto en la madera, el mismo dolor que hemos acompañado con velas encendidas. El dolor de una madre. Podría ser Nuestra Madre. Podría ser La Soledad. Es Nuestra Madre. Es la Soledad. Pakistán, marzo, Semana Santa 2016.

Guardo desde hace tres días esta foto de la agencia AP robada de Twitter en mi móvil y no puedo dejar de mirarla. Reconozco en el rostro de esa joven madre los rostros hermosos que nos enseñaron a amar desde niños. Y no puedo apartar la vista de sus ojos, de esa boca ya sin besos, esa inmensa soledad entre un mar de brazos que la intentan sostener como costaleras de una virgen ensimismada en el dolor, ajena ya al mundo.

Era Domingo de Resurrección. En Zamora los manteles aún guardaban el calor del dos y pingada, el gozo de la Resurrección, las salvas en el aire. Las familias cristianas de Pakistán, una minoría, celebraban la Pascua en un parque infantil cuando un fanático yihadista se inmoló junto a los columpios. Hay que ser muy hijo de puta, hay que estar muy loco para convertir un parque infantil en el epicentro de una matanza, para regar con sangre inocente el suelo donde solo deberían quedar las pisadas de los juegos, de la infancia, de la alegría. Pero a estas bestias le da igual cristianos que musulmanes, a los que también masacran; les da igual mujeres, hombres, niños y ancianos. Estas bestias solo quieren imponer su ley del terror.

Y después de las ambulancias, de las noticias, de los titulares, del horror que sacude y conmueve al mundo, después de todo eso, por encima de todo eso, una madre. Esta joven madre en la que reconozco a todas las madres del mundo. A las madres de los represaliados, de los secuestrados, de los torturados. A las madres que pierden a sus hijos en el Mediterráneo, a las que los ven enfermar con los pies en el barro en las fronteras que les ponemos los hombres, en esta Europa que me da vergüenza. Es una madre de Pakistán que no duele menos que una madre de Bruselas, que una madre de París, de Londres o de Madrid.

En esta joven madre reconozco el rostro de esa Madre con mayúscula en la que creemos los cristianos, a cuyos pies hemos rezado, a la que le hemos ofrecido en los días santos consuelo y compañía. Esa Madre de la Alegría que festejábamos el domingo en Zamora y en Pakistán cuando un bestia se inmoló junto a los columpios donde jugaba su hijo. Solo así tiene sentido lo vivido en los últimos días; lo que hacéis conmigo con cada uno de estos lo hacéis. Abridle los brazos, caminad junto a ella.

Es una madre, solo una madre. Todo, una madre. Una madre de dolor ya sin lágrimas, ya sin besos, rodeada de abrazos en el desierto inmenso de la muerte.

Miradla. Su dolor es un grito al mundo.Es Nuestra Madre. Es La Soledad. Pakistán, marzo, Semana Santa 2016.

 

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