"Hoy en la iglesia de San Vicente estarás junto a Ella, junto a Nuestra Madre..."
Suena a tópico, Tito. Pero si hoy te viese tu padre supongo que calcaría la sonrisa y el orgullo de aquel primer pregón tuyo, cuando no levantabas un palmo del suelo y ya le dabas al pico de oro, y ya contabas y cantabas la Semana Santa en prosa y en verso y dejabas volar el sentimiento y la imaginación dejando a la gente pasmada por la verborrea y la seguridad en ti mismo.
Hoy en la iglesia de San Vicente estarás junto a Ella, junto a Nuestra Madre. La Virgen que tu padre cargó sobre sus hombros, vuestra vecina, la que tanto os enseñó a querer a Alfonso, que es ahora quien la lleva sobre sus hombros, y a ti. Nuestra Madre, vuestra Madre, vuestra vecina, vuestra confidente. Ese hilo que os sigue uniendo fuerte a esta tierra donde nacísteis y donde nacieron los vuestros. Esa Virgen que toca el corazón de vuestra madre de carne y hueso, MariCarmen-leona-luchadora, a la que tanto quiero así pasen los años, la mirada tan clara, porque cuando os miro a vosotros y a ella veo todo lo bueno, lo mejor que Vicente dejó en el mundo.
No se estila ya, Tito. No se estila dejar volar el sentimiento en las letras apresuradas de un digital. Acabo de redactar el convencional "El jefe de Protocolo de Las Cortes pronuncia hoy el pregón de Nuestra Madre". Así, sin más. Pero es que Vicente Díez Llamas es Tito. Eres Tito. Aquel niño rubiajo y listo como un dolor que iba de mi mano saltando por Valorio en las romerías a La Hiniesta y hoy es un tío a golpes de pasión, morantismo y tu querida Cena de León, que llevas incrustada en las tripas.
Eres Tito. Pero eres Vicente, tu padre, aquel periodista de raza a quien no se le ponía nada por delante y con quien esta ciudad, a veces tan mísera y cicatera, tiene contraida una deuda eterna e histórica aunque seamos muchos los que mantenemos encendida su memoria por el cariño y la pasión que ponía en todas las cosas cuando las sobrevolaba como un duente que conocía cada rincón zamorano palmo a palmo, tan desde el amor.
Eres tú, Tito. Sois Tito y Alfonso, una sola cosa. Aunque seas tú hoy el protagonista, el pregonero, el que llenará de versos y besos esa mano en el aire de la Virgen, esa mano nazarena y admirada ante la muerte. Porque tú sostienes a la Madre con la palabra y Alfonso con el silencio, mesa adentro. Una sola cosa. Los dos. Tú estarás hoy a su lado, en la iglesia, y Alfonso acudirá puntual el Viernes Santo con la faja en los riñones y el corazón encendido para llevarla por las calles como una Reina cuya corona no es de hace unos meses, sino de siglos de devoción.
Será hoy, es hoy. Y estaremos ahí, en San Vicente, contigo, a tu lado. Con Ella. Por Ella. Cerraremos los ojos y te escucharemos. Imaginaré entonces la sonrisa de tu padre en aquel primer pregón, aquel orgullo que se le salía del pecho donde un día el corazón le reventó de lo grande que lo tenía. Por ti. Por él. Siempre por Ella.
Cerraremos los ojos acompasando el latir en tu verso. Sintiendo contigo. Y notaremos la caricia de un duende revoloteando, revoloteando las bóvedas de la iglesia.
Gracias anticipadas, Tito, por el regalo de tu verso cálido a los pies de la Madre. Te quiero.