(A la memoria de Farzana Iqbal, asesinada ayer a ladrillazos en Pakistán. Por todas las Farzanas del mundo).
Una mujer de 25 años moría ayer lapidada en Pakistán por su padre y sus propios hermanos por casarse por amor y no por imposición, desafiando las leyes medievales, la sinrazón, el odio y la brutalidad hacia las mujeres que rigen en su país mientras el mundo mira hacia otro lado. Se llamaba Farzana Iqbal.
Se llamaba Farzana Iqbal. Tenía 25 años y decidió ser libre por amor. Pero no murió por amor. Murió por el odio de un puñado de bestias que se llaman hombres y no son más que eso: bestias sin entrañas que escupen sobre la dignidad de todas las mujeres cada vez que aplican la brutalidad de sus leyes en lo que se llaman crímenes de honor para aquellos que no tienen honor ni entrañas. Bestias asesinas con licencia para matar a ladrillazos amparados en el nombre de un dios hecho a su medida.
Se llamaba Farzana Iqbal y mientras ella moría en la calle, lapidada, buscando justicia, el mundo se tapaba los ojos y los oídos, como hace mil veces al año cada vez que una mujer es asesinada, que no ajusticiada, en un crimen de honor.
Honor. Qué sabrán de honor los asesinos que terminan con la vida de sus hijas, de sus hermanas. Qué sabrán de honor los cobardes que abusan de leyes y doctrinas hasta triturar la dignidad y el derecho a la vida de las mujeres. Qué sabrán de honor aquellos que levantan la mano contra las mujeres y las violan y las amordazan. Qué sabrán de honor los que escupen cada día sobre la humanidad entera en virtud de su sexo.
Se llamaba Farzana Iqbal. Ayer la asesinaban en Pakistán y con ella moríamos un poco todas las mujeres, nuestra razón de ser, los derechos ganados palmo a palmo a lo largo de los siglos que no sirven nada en una sociedad que va once siglos por detrás del mundo. Una sociedad sobre la que escupo porque siento asco y rabia e impotencia.
Una sociedad que no puede seguir anulándonos por la maldición de nacer mujeres en un mundo macho y asesino que no les da opción a ser, a sentirse, a reivindicarse. Un mundo macho y asesino con licencia para matar, igual que me da que sea en Pakistán, que en Chamberí o en Pinilla. Se llamaba Farzana, pero también se llaman Pilar, Azucena, Isabel o María. Ellas, todas, son las Farzanas del mundo.
Se llamaba Farzana Iqbal. Veinticinco años, un hijo en sus entrañas. La vida. Se llamaba Farzana Iqbal y ayer perdió la suya y la de su bebé por elegir a su hombre en contra de la voluntad de su familia. De amor, de libertad fue el pecado. Miles, millones de hombres y de mujeres deberíamos gritar su nombre para que no se nos olvide, mover el mundo en su nombre para que no haya más Farzanas.
Se llamaba Farzana y no pudo salvarse en un mundo que se gasta millones en armas y estrategias, en un mundo que no supo ni pudo protegerla de un puñado de hijos de puta con las manos manchadas de sangre.
Se llamaba Farzana y su muerte, como la de tantas otras, quedará impune a favor del honor de quienes no conocen el honor y de un dios en minúscula, porque ningún Dios en mayúscula permitiría el derramamiento de sangre inocente en su nombre, ni las mordazas, ni las cadenas.
Se llamaba Farzana Iqbal. Tenía 25 años. Murió lapidada por el odio. En su vientre llevaba un hijo fruto del amor.
Descansa y duerme, joven Farzana. Que tu nombre sea la bandera, el signo de todas las mujeres que luchan por su libertad.