"No conocerá las aguas del Mediterráneo en un naufragio a ninguna parte ni jugará en el barro de las fronteras que alza esta Europa de la vergüenza para otros niños hijos de la guerra y del terror".
Mientras escribo una madre primeriza alumbra en el Hospital Virgen de La Concha el milagro de la vida. Se llamará Hugo y viene como la primavera en este mes loco que es abril que nos marca a fuego a quienes recibimos la vida bajo su luz y su sol de agua y tormentas, de árboles en flor y amapolas.
Se llamará Hugo y vendrá con una rosa roja bajo la almohada y la libertad en los labios y los puños apretados para llamar con sus manitas a las puertas de la vida y crecer y reivindicarse y ser.
Se llamará Hugo y aprenderá del amor y de la música, el son antiguo, las voces de la tierra, un miserere alistano, María la Portuguesa, el dulce acento del fado y un arbolito florido, la humedad de una bodega, el silencio de las ermita y el rumor del río, siguiendo los pasos de su padre y de su madre.
Se llamará Hugo y no tendrá más patria que el corazón y más allá el mar, el Duero que baja a ser infinito en Oporto, agua que pasa tan limpia, espejo de la piedra, de lo que somos. En su tejado ondeará la alegría como una bandera blanca y no habrá puertas ni ventanas, solo la luz, solo el sol y las estrellas y una luna también blanca para susurrar sueños.
Se llamará Hugo y nadie amenazará su cuna ni su sábana, porque en este país de locos y de incertidumbres aún vivimos en paz sin burkas ni mordazas ni dioses asesinos ni fanatismos ni bombas ni metralla. No conocerá las frías aguas del Mediterráneo en un naufragio a ninguna parte ni jugará entre el barro de las fronteras que alza esta Europa de la vergüenza para otros niños hijos de la guerra y del terror.
Lo veremos jugar en las plazas y reir y danzar con el aire con la bendita despreocupación de los niños que ejercen de lo que son, niños, con el futuro asomándose a los ojos sin dolor y sin miedo, en la seguridad de nuestro abrazo.
Se llamará Hugo y le esperamos con los brazos abiertos y el corazón dispuesto para ser ternura, solo ternura. Para verlo crecer y volar y aprender de sus mayores y caerse y equivocarse y levantarse y emprender de nuevo el vuelo, que eso es vivir.
Y ahora que vienes, pequeño Hugo, te doy y te deseo la paz, la palabra, la justicia, la igualdad y el pan.
Bienvenido al mundo, bienvenido a tu tierra zamorana, pequeño Hugo.
(Besos, Cristina y Pablo).