Es un día que, como pocos, se ve salpicado por la bulliciosa espera de los miles de zamoranos y turistas que llenan las calles del casco histórico. Las carreras, las esperas, los abrazos y los reencuentros familiares se convierten en una constante mientras la ciudad se convierte en un hervidero de vidas, voces y momentos. En el corazón de la ciudad, especialmente este jueves y viernes en la Bien Cercada, se puede respirar el espíritu de la Semana Santa. A lo largo de la mañana y la tarde, los lugareños se agrupan en plazas y calles, armados con pipas, cañas y pinchos, disfrutando de una parada para merendar, mientras las conversaciones se mezclan con las risas y recuerdos de los ausentes.
Es una tradición muy arraigada que, aunque se repite año tras año, siempre mantiene ese encanto especial de la Esperanza de esa virgen que cruza el Duero desde Cabañales y hace su escalada a la ciudad por Balborraz, esa mítica calle que hierve al son de la Saeta. Mientras la Vera Cruz se prepara para hacer disfrutar a miles de zamoranos que saldrán a la calle a ver sus impresionantes grupos escultóricos. El sol se oculta y la ciudad se va preparando para la llegada de las procesiones más esperadas de la jornada: El Jesús Yacente y más tarde la Vulgo Congregación de Jesús Nazareno a las 5 de la mañana volverá a poner a Merlú en la calle. El Cinco de Copas esperamos verlo y no solo en San Juan sino en las Tres Cruces y comeremos las sopas de ajo, veremos las reverencias a la Madre de Zamora nuestra Soledad y volveremos a casa exáustos pero con ilusión y para descansar lo justo, comer y salir si la lluvia no lo impide a ver un Santo Entierro centenario. Las imágenes, cargadas de simbología, de recuerdos y sentimientos, van avanzando poco a poco entre las calles adoquinadas, iluminadas solo por las luces de los faroles y la luz tenue de teas y velas de los nazarenos.
En el Castillo y aledaños, el bullicio no cesa. Un punto de encuentro obligado para muchos, donde se hace una parada, se recuerda a los que ya no están y se saborea lo que el día ofrece: torrijas, aceitadas, meriendas, postres y un sinfín de sabores que se entrelazan con las risas, las miradas cómplices y las confesiones familiares. Todo parece llevarse al mismo paso, a la misma tradición que forma parte de la esencia de esta ciudad.

Pero no todo es alegría en el Jueves Santo zamorano. La preocupación por el clima es una constante. El cielo gris y la incertidumbre sobre la lluvia se mezclan con la tradición, mientras los ojos de todos miran al cielo, pidiendo que el agua no arruine lo que, para muchos, es el día más especial del año. Y aunque la naturaleza de la que todo depende sigue mandando en todo, la esperanza se mantiene intacta entre los zamoranos. En sus casas, en sus iglesias, en cada rincón de la ciudad, la penitencia se vive intensamente, porque en Zamora no solo se trata de salir a las calles, sino de sentir cada momento en el alma.
Zamora se viste de largo, de estameñas y capirotes, en un homenaje al pasado, al sentir religioso y, sobre todo, a las tradiciones que han sabido mantenerse firmes frente a los embates del tiempo. Aunque el día está lleno de sacrificios y de espera, la ciudad se transforma. Cada paso, cada mirada, cada gesto, refleja la devoción de un pueblo que nunca ha dejado de celebrar sus tradiciones.
El Jueves Santo en Zamora es, ante todo, un momento de penitencia y de disfrute. La vida no es otra cosa que una sucesión de momentos que hay que saber aprovechar, y en Zamora, más que en ningún otro lugar, esa verdad se lleva con orgullo. Los zamoranos, bajo el peso de sus capas y el calor de la tradición, saben que, aunque la jornada sea larga y la espera intensa, siempre habrá recompensa en cada paso, en cada acto de fe.
La ciudad sigue viva, vibrante y llena de vida. En la austeridad de sus calles, entre el románico y el bullicio de las plazas, Zamora demuestra que lo que importa no es solo lo que se ve, sino lo que se siente. En este Jueves Santo, más que nunca, la ciudad se transforma en un alma colectiva, unida en la esperanza y la tradición, celebrando lo que significa ser zamorano. Y aunque el tiempo no siempre sea favorable, lo que nunca cambia es el espíritu que late en cada rincón de esta ciudad tan especial.
Este es el Jueves Santo en Zamora: tradición, esperanza, penitencia y un profundo sentido de comunidad que, con cada año, nos recuerda que la vida, al igual que esta festividad, son cuatro ratos de felicidad que hay que saber disfrutar.